Sus dudas ha tenido el matrimonio, especialmente al analizar cómo podían alzar una casa que fuera lo más contemporánea posible dentro de las rigurosas limitaciones por parte de la oficina de patrimonio del pueblo de Villa de Leyva, de características coloniales. “Fue nuestra hija Macarena la que nos resolvió lo que sería la casa: una cubierta a dos aguas, soportada por una estructura simple de dos plantas muy parecida a lo que un niño podría dibujar”, confiesa Granada.
Ahora bien, aunque la vivienda parezca simple en apariencia, en realidad supone un ejercicio complejo de exploración de orígenes, materiales y técnicas propias de los Andes colombianos. Se trata de un volumen rectangular de dos niveles de 7,5 metros de ancho por 15 de largo, cuya orientación va en sentido oriente-occidente en donde un vacío totalmente acristalado permite que el paisaje infinito y el sol de la mañana penetren las instancias sociales de la casa. Opuesto a ello figuran las habitaciones, espacios privados que recogen la vista árida del valle de Sáchica y el sol de la tarde que prepara las estancias para la noche.
Respetando la herencia
Si bien la propuesta detrás de Casa Macarena se aleja de lo convencional, su innovación y su diseño se camuflan dentro de un gran volumen de apariencia colonial, luciendo casi exactamente igual que una casa campesina clásica. “La identidad de estos pueblos de los Andes colombianos se mantiene a través de la conservación de patrones homogéneos. Lo que no quieres es poner una arquitectura contemporánea en un contexto disonante”, añade el arquitecto. Informa también que el volumen de la casa se ha construido mediante una estructura metálica oxidada y con secciones exclusivamente rectangulares que, a simple vista, confunden la naturaleza industrial del metal con la de la madera, recurso típico de la arquitectura local.
Gracias a esta disposición estructural, posible es ahora abrir totalmente las fachadas del salón hacia la cubierta flotante y el bosque adyacente para lograr una relación franca y directa con la naturaleza. Los pórticos en forma de ‘V’, que cargan la cubierta protagonista de caña brava y teja de barro reciclada, proveen aleros de dos metros de vuelo en perímetro que asimismo sirven como protección de la lluvia y el sol, de acuerdo a Granada. “La arquitectura de Casa Macarena se arma gracias a los muros simétricos perpendiculares que conforman el vacío de la escalera y que definen la parte privada de la vivienda. Esta mitad contiene una habitación con baño por cada nivel y un estudio abierto hacia la doble altura”.
Diseño interior a la par
Cuenta el arquitecto que tanto esos muros como los que cierran la fachada han sido revestidos en un acabado único y crudo, resultado de mezclar cal con fibras de fique y adobe molido. La ventanería en retícula, también construida en metal oxidado, modula la escalera y el recorrido de quienes habitan los espacios. Además, un gran muro de contención en gaviones de piedra local resalta la firma de Granada dentro de su propuesta arquitectónica. Y a la que se vincula por cierto el interiorismo a cargo de Camila Buitrago, quien ha optado por el uso de maderas oscuras de estilo nipón y minimalistas, y textiles ligeros y cálidos.
La propuesta de mobiliario, objetos y accesorios es casi todo artesanal, y consigue que los interiores se mimeticen con el afuera, con ese contacto directo con el paisajismo circundante de los Andes colombianos, que es un poco la clave para que Casa Macarena funcione en perfecta armonía con el terreno que la alberga. “Cuando un arquitecto hace su casa es su propio postulado, y la Casa Macarena es nuestra premisa dentro del oficio arquitectónico: la arquitectura como escenario de una creación próspera”, concluyen los dos autores. “Es el reflejo de nuestras creencias y un ejercicio atípico, un ejercicio de vida”.
Al haber alzado esta casa de los Andes colombianos mediante grandes ventanales, sus estancias disfrutan de enormes juegos de luces y sombras a lo largo del día.