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Así fueron los cinco colores con los que Chanel conformó su histórica trayectoria

Su infancia, un grupo de amigos del más alto nivel y la obsesión por el teatro, así como por una época como la del Barroco, no solo marcaron la aproximación formal de la francesa en la moda. También su predilección por cinco tonos, los cuales marcaron (y siguen haciéndolo) el legado de su Maison parisina.

Fue la primera en cortarse el pelo a lo garçon, enterrar en el armario el corsé de varillas y pasearse por la playa con un pijama de hombre. Por supuesto, de quien se habla es de Gabrielle Chanel (Auvergne, Francia, 1883). La gala mezclaba sin pudor joyas falsas con auténticas y suscitó una verdadera revolución al lanzar el perfume nº5. Pero el escándalo no quedó ahí. Sus vestidos a base de jerséis y blusas blancas eran ya famosos en todo París, devolviendo la elegancia perdida a una sociedad que sufría los últimos estertores de unos códigos de estilo recargados, incómodos y agónicos. ¿La paleta de tonalidades de Chanel? Tan solo 5 colores.

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El famoso espejo de las escaleras de la boutique de Chanel en París, una epifanía de la repetición de los patrones de color. Foto: Robert Doisneau.

Faldas negras, tailleurs con una gardenia de piqué blanco como único adorno, o las míticas sandalias beige con la punta de seda negra, la diseñadora se apropió de tejidos históricamente masculinos como el tweed y pintó los labios de rojo a toda una generación de mujeres. Su imperio se cimentó en la sencillez. Abogaba por los toques de color en pequeñas dosis y la repetición de un patrón ganador que no alteraría durante décadas. Su tratamiento del color no es casual, de amigos tenía a Stravinski, Dalí, Picasso y a otros grandes artistas de la época. Chanel concebía el color como bloques monocromos que se ensalzaban mediante complementos y texturas, interrelacionados con movimientos artísticos afines como el cubismo (tal y como pudimos entender en la exposición que se celebró en el Thyssen) o la unión imprescindible del blanco y negro del neorrealismo.

La democratización del color en la Belle Époque fue la consecuencia lógica del triunfo de la revolución industrial y del empleo de tintes químicos. Sin embargo, había toda una serie de arquitectos y diseñadores que reivindicaban la simplicidad y la depuración como Adolf Loos o Le Corbusier. La gama estridente que lucían las coetáneas de la francesa en la Ópera de París hizo exclamar ofendida a la diseñadora: “Estos colores son imposibles”. Había nacido el Little Black Dress.

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La diseñadora con uno de sus little black dress. Foto: Chanel.

“El negro arrasa con todo”

Es el oxímoron del lujo más sobrio. Parco, monacal y antagónico, tal color se erige como el culmen de la elegancia ponderada, y abarca desde el negro liviano de las muselinas hasta el brillante del terciopelo. Color insignia de la moda, está asociado íntimamente a Aubazine, el orfanato en el que la diseñadora pasó buena parte de su infancia, porque el negro será para Chanel la penumbra de la capilla y el oscuro hábito de las monjas. De negro ya se había vestido una Europa diezmada por la peste en siglos anteriores. Aunque serán los descubrimientos del Nuevo Mundo los que pongan en las manos de un monarca español, Felipe II, un regalo inesperado, el Palo Campeche, uno de los tintes más poderosos de la Historia.

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Gabrielle Chanel fotografiada por Man Ray en 1935. Foto: Chanel.

Imagen de la colección primavera-verano 2022 (división alta costura) de la casa francesa. Foto: Chanel.

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Vestir de negro fue símbolo de poder hasta que llegó la moda de los colores pasteles de Versalles. A partir de entonces, el color en cuestión fue reservado para el servicio doméstico durante años. Le resurrección de entre los muertos en el ámbito de la costura se debió a Balenciaga quien, cautivado por su fuerza, lo convirtió en estrella de todas sus colecciones. La amistad de Chanel con el getariarra fue imprescindible para entender la obsesión de Madeimoselle por el que el que ella consideraba como “el color irrenunciable”.

“Ponga a las mujeres de blanco o de negro en un salón de baile y todos los ojos se posarán sobre ellas”

A día de hoy no se puede entender la cruzada de la diseñadora contra el colorido fragor contemporáneo sin la alianza del negro con el blanco. Este último captura la luz y realza el rostro. Blanco era el vestido de las comuniones, de la cofia de las religiosas del internado y el color de la ropa ligera que Chanel confeccionó para los veranos en Deauville y Biarritz. Y de blanco acudió, junto a Misia Sert, al funeral de Serge Diaghilev, el famoso empresario de los ballets rusos para quien había confeccionado el vestuario de sus obras Le Train Blue o Antígona. A Diaghilev le encantaba verla de ese color y ella, sin ningún pudor, decidió saltarse todos los protocolos funerarios de la época.

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Retrato de la diseñadora con su famosa chaqueta de tweed, en color blanco y solapas negras. Foto: Chanel.

Blanca era también la camelia, la flor favorita de Chanel tras el visionado de la película La dama de las Camelias, basada en el libro de Alejandro Dumas. La diseñadora, a lo largo de su trayectoria, empodera la flor y ésta se convierte en símbolo de sofisticación. Marcel Proust ya la había puesto de moda al llevarla en la solapa, pero fue ella la que se atrevió a sacarla del pecho y a lucirlas sobre cinturas o sombreros.

“El rojo es el color de la sangre. Tenemos tanta en nuestro interior que está bien enseñar un poco por fuera”

De hecho, el rojo es otro de los tonos por excelencia de la firma actual. A Madeimoselle el rojo le recordaba al uniforme del hospicio y las cortinas de los coliseos parisinos que simbolizaban su afición por el teatro. El uso del blanco y negro había sido muy del gusto de la corte francesa pre industrialización y de rojo se pintaron todos los tacones de la corte de Luis XIV (los míticos talons rouge), gracias al hermano del Rey, que acudió una noche a la zona de París donde se sacrificaba a los bueyes y por la mañana causó furor en la corte por los tacones teñidos involuntariamente de sangre.

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Retrato que Cecil Beaton le hizo a la diseñadora, vestida de rojo, para el musical Coco en 1969. Foto: Chanel.

Fragmento del cuadro del Rey Sol de Rigaud (talons rouges del monarca) en el Museo del Louvre de París.

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Coco Chanel, defensora a ultranza de este tono, se maquillaba los labios con un rojo vivo y nunca salía a la calle sin él. “Jamás salgáis sin un toque de rojo”, solía decir. En cada una de sus colecciones no faltaba un traje de chaqueta en este tono. “Los colores rojos, anaranjados y verdes se ven mejor que otros porque poseemos más fotorreceptores en la parte posterior del ojo predispuestos a elaborarlos”, afirmaba Falcinelli en su tratado Cromorama. Que el famoso bolso de la firma tenga este color en el interior no es casual: permite encontrar todos los objetos fácilmente.

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Comparación de las obras del pintor malagueño y la diseñadora francesa en la exposición Picasso & Chanel del Museo Nacional Thyssen-Bornemisza.

“Me refugio en el beige porque es natural, no está teñido”

Se trata del color de la tierra natal de Chanel, de la región de Auverge y de las playas de Deauville, Biarritz y del Lido de Venecia. Los tonos neutros permiten limpiar la composición ya que el beige neutraliza con su naturalidad la unión infalible entre el blanco y el negro. Los zapatos beige de puntera negra, uno de los best sellers de la firma, alargan las piernas y reducen el pie gracias al juego de colores, ya que la percepción unificada del plano aumenta cuando se eliminan los contrastes de color. Beige era el color con el que la diseñadora vistió a algunos de los protagonistas de la Antígona de Sófocles en la versión de Jean Cocteau. Uno de los proyectos, de hecho, en los que participó junto a Pablo Picasso.

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Modelos de Chanel en 1964 con zapatos bicolor, una mezcla de beige y negro. Foto: Chanel.

La modelo Stella Tennant, vestida de beige, en la campaña prêt-à-porter 1996/1997 fotografiada por Karl Lagerfeld. Foto: Chanel.

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“El aspecto teatral de las joyas doradas es lo que me fascina”

Es el color de lo auténtico y lo falso. También del oro que el Duque de Westminster regalaba a Gabrielle y de la bisutería que la francesa no paraba de crear como una especie de prolífica ilusionista que mezclaba lo artificial con lo auténtico con verdadera maestría y sin temblarle el pulso. Dorados eran los brocados de las sotanas de los clérigos y las reliquias de la Iglesia. Su inspiración posterior fueron los tesoros de la Basílica de San Marcos, el imperio Bizantino o una de las épocas favoritas de Chanel, el Barroco. En su colaboración con los ballets rusos, las mujeres se desmayaban cuando los bailarines aparecían ataviados con los vestidos de oro que la modista les confeccionaba y que recordaban al lejano Oriente.

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La diseñadora en su apartamento de la capital francesa, rodeado de apliques y elementos dorados. Foto: Chanel.

* Este reportaje ha contado con la colaboración de Juan José Costales, Learning Partner & Development Manager de Chanel, quien ha ayudado a MANERA para que la información histórica sobre los colores sea lo más veraz y exacta posible.