La inauguración de entonces no pasó desapercibida. Ni a escala global ni mucho menos a nivel local porque, después de años y años abandonada, la Isla del Rey (ubicada en el mismo puerto de Mahón) volvía a recuperar el esplendor de antaño, sacando a relucir su histórico pasado. Que no es uno cualquiera. De hecho, el escenario se ha llamado siempre así porque es ahí donde, en 1278, desembarcó el rey Alfonso III cuando llegó en plena conquista de Menorca.
Aunque el problema vino mucho más tarde. Fue en los años 60, la década en la que el principal edificio de la isla, un antiguo hospital, quedó completamente en desuso y su arquitectura, poco a poco, empezó a deteriorarse, hasta que la Fundación Hospital de la Isla del Rey tomó las riendas. Comenzó a cuidar y proteger el edificio hace más de 15 años, pese a que la guinda de este proyecto de conservación vino con Hauser & Wirth, ubicada en el segundo edificio de la isla.
La investigación previa
El bloque que ocupa la sede balear de los suizos, eso sí, es mucho más sencillo y humilde que el hospital, pero eso facilitó su transformación en un espacio que permitía disfrutar del arte como principal protagonista. Y es que, si por algo lleva dos años copando titulares esta rehabilitación, es por el tacto y visión que tuvo en su día Laplace a la hora de respetar la naturaleza, el arte y el savoir-faire menorquín.
“Trabajamos mucho con gente dedicada a la protección de la fauna y la flora, no consultarlo sería una tontería. Lo más importante es saber cómo navegar dentro de una comunidad local”, explica el arquitecto. Por ejemplo, en Isla del Rey vive una especie de lagartija autóctona que se refugia en pequeños huecos formados en las paredes, y antes de la reforma el edificio estaba lleno de estos animalitos. Ellos eran los huéspedes tras el abandono. “En muchos lugares de los alrededores hemos creado, de manera muy natural e invisible, agujeros para que se reubiquen”, cuenta Laplace.
Arquitectura marítima
La influencia naval de este espacio es innegable. De manera muy sutil el arquitecto, que también dispone de una residencia propia en la isla, ha sabido integrar elementos, mobiliario y colores fundiendo el espíritu náutico y la cultura local en el proyecto. La típica silla menorquina llamada coca rossa, los bancos con carácter marítimo o las jardineras de tanques de aceite son solo algunos ejemplos.
Merecen una especial mención las lámparas que decoran la terraza del restaurante Cantina de Hauser & Wirth, que fueron un hallazgo del arquitecto lleno de serendipia. “Cuando empiezas a hablar con gente, una cosa te lleva a otra y, un día, terminé con un señor que su hijo producía estas redes para pescar langostas. El chico tenía 15 años más o menos, y me sorprendió que una persona de esa edad tuviera esta técnica, así que le encargué varias para hacer las lámparas”, recuerda.
Rodeados de arte
En los jardines que abrazan la sede menorquina de la galería conviven especies autóctonas elegidas minuciosamente por el holandés Piet Oudolf, uno de los grandes paisajistas contemporáneos, con obras de arte al aire libre de Martin Creed, Paul McCarthy, Thomas J Price, Eduardo Chillida o Laia Estruch, las cuales conviven con las exposiciones que ahora mismo figuran entre las blancas paredes de Hauser & Wirth, como la de Come In From An Endless Place de Christina Quarles, Education Lab y Después del Mediterráneo.
Búsqueda de la identidad
Ponerse delante de una obra de Christina Quarles es dudar de todo. ¿Cuántos pies tiene esa persona? ¿O es que hay alguien más? ¿Pero qué están haciendo exactamente las figuras? ¿Quieren escapar de ahí o están pasándolo muy bien? Un exceso de información que crece cuanto más se duda de lo que se observa es lo que propone ahora mismo la sede en Mahón de la galería suiza, que ha visto en esta artista y escritora estadounidense el marco perfecto para formularle todo tipo de preguntas al visitante.
Y ella misma también lo hace. Las experiencias personales de Christina le han llevado a replantearse su propia identidad racial y queer, que representa en su obra con cuerpos fragmentados y una infinidad de colores que manifiestan la constante deconstrucción y transformación del ser humano. Desde Hauser & Wirth lo explican: “Los magentas, azules, verdes y amarillos vibrantes no sirven como medio para describir la realidad, sino para generar una resistencia activa ante el instinto del espectador de asignar clasificaciones binarias a las figuras: hombre o mujer, blanco o negro, abstracto o representativo”.
El sentido del museo
La muestra de Christina Quarles es un buen ejemplo: tanto por fuera como por dentro, la galería suiza en Menorca supone hoy un espacio donde el espectador tiene una oportunidad única para relajarse y aprender. O, al menos, así ve Laplace los museos en pleno siglo XXI, lugares a los que acercarse con predisposición a conocer algo nuevo: “La democratización de los museos tiene un punto muy positivo pero veo mucha arrogancia en gente que lo quiere todo, como si se lo mereciera. Hay que tener humildad”.
El argentino concluye con su visión personal: “Yo quiero entrar a un museo y salir con la sensación de que me enseñaron algo que no sabía”. Y en el caso de Hauser & Wirth, cualquiera que acuda a la Isla del Rey no solo descubrirá las reflexiones que aguardan sus exposiciones constantes. También visitará esta sede en barco, porque es la única forma de acceso, con la reflexión final de que ha presenciado uno de los proyectos de rehabilitación más importantes de esta década. O, al menos, de los más coherentes, integrados y en sintonía con el imponente paisaje natural que lo rodea.
© Los artistas. Cortesía los artista y Hauser & Wirth. Para las obras de Christina Quarles, cortesía la artista, Hauser & Wirth y Pilar Corrias, Londres.