Así fue la foto que Lee Miller le hizo a la artista en 1938. En portada, tempera sobre tabla El huerto en la isla fluvial (1946). Foto: Estate of Leonora Carrington / VEGAP, Madrid, 2023.
Entre los trabajos de la inglesa que destacan en la muestra figura esta obra en témpera y óleo sobre madera llamada La giganta (1947). Foto: Estate of Leonora Carrington / VEGAP, Madrid, 2023.
“No psicoanalices mis cuadros”, le dijo Leonora Carrington una vez a un entrevistador que se aventuró sobre el significado de su obra. Visionaria, escritora, amante de los animales, del ocultismo, de la magia y del tarot, la inglesa es una figura imperdible que habita mucho más cerca del estrato del olvido, entre el plano terrenal y el meridiano donde habitan los sueños. Su universo está poblado de hadas, gigantas, hechiceras que se transforman, animales antropomórficos y humanos con aspecto animal, los cuentos irlandeses que le narraba su madre, la alquimia, los mapas de La isla del tesoro de Stevenson y de Alicia en el país de las maravillas.
Simbolismo constante
La bella durmiente y la rueca son otros de los referentes constantes en su producción artística. Tal y como se aprecia en El ensayo de Seraputina o Artes, 110, donde se nos muestra a Leonora Carrington flotando con su animal totémico, el caballo, en un viaje transoceánico para aterrizar en una nueva tierra, México, y pincharse deliberadamente con el huso. La escritora Marina Warner no pudo aclararlo mejor. “Cuando las mujeres relatan cuentos de hadas también asumen una preocupación narrativa central a su género. Desafían al miedo”, contaba ella. La lectura de La diosa blanca, el libro de 1948 de Robert Graves, fue determinante en la producción de la inglesa, siempre atenta al papel de la mujer en la sociedad, y que sirvió como tema recurrente en muchos de sus cuadros.
Machismo surrealista
En 2023, en la muestra en Madrid se exhibe un inventario de universos paralelos, algunas veces amables, otras distópicos. Expulsada perpetua de todos los colegios de señoritas en los que fue inscrita y devoradora incansable de libros, fue partícipe del movimiento surrealista en París junto a André Breton, Dalí o Miró. Un ecosistema de hombres donde ella era una joven recién aterrizada. De hecho, mantuvo algunos desencuentros con el grupo, a los que tildó con frecuencia de machistas. Como el día en que Miró la mandó a comprarle una cajetilla de tabaco, y ella rehusó. O cuando Bretón trató constantemente de convertirla en su musa. “No tuve tiempo de ser la musa de nadie. Estaba demasiado ocupada rebelándome contra mi familia y aprendiendo a ser una artista”, escribió luego ella.
Conoció a Max Ernst, cuya detención por los nazis hizo que Leonora Carrington se desestabilizara psíquicamente y huyese a nuestro país. La artista misma lo contaba. “La entrada en España me abrumó por completo. Pensé que era mi reino, que su tierra roja era la sangre seca de la Guerra Civil”. La inglesa estuvo en Madrid, alojada en el Hotel Internacional y luego en el Hotel Roma. Deambuló por el Retiro, los cafés y por el Museo del Prado, quedando fascinada por la obra de Joachim Patinir, Pieter Brueghel o El Bosco. Relató cómo fue víctima de una violación grupal. Y, cada vez más desquiciada, sus visiones se acrecentaron hasta el punto de que llegó a elucubrar teorías conspiratorias y fantaseó con la idea de tener que liberar a los madrileños de fuerzas enemigas.
Contra lo establecido
La artista tocó fondo cuando pidió ayuda al cónsul británico en Madrid para desencantar a los habitantes de los poderes hipnóticos del fascismo. La ingresaron en el hospital psiquiátrico de Santander, estancia que se tradujo en un diario desgarrador y hermosamente crudo, llamado Abajo, en el que la inglesa mezcla realidad y fantasía. Ahí describe las inyecciones de Cardiazol con el Doctor Morales y los tormentos a los que estuvo sometida mientras permanecía drogada y atada de pies y manos. Pero logró escapar del sanatorio y, tras un periplo, pudo cruzar el Atlántico.
Leonora Carrington estuvo a partir de 1943 muy ligada al mundo hispánico a través de México. Fue su residencia permanente desde entonces, y donde puso desarrollar su visión mágica del mundo a pesar del veto de los muralistas mexicanos que copaban el panorama artístico de la capital. En la Colonia Roma se unieron otros artistas en el exilio y ella, con su característico humor negro, solía prepararles elaborados platos con nombres como “tortillas de pelo humano con caviar mexicano”.
No hay mejor homenaje
En la muestra en Madrid no solamente hay cuadros. De la propia artista se exhiben varios tapices que elaboró junto a experimentados tejedores mexicanos (la familia Rosales), también unas pruebas de juguetes como la cuna/barco de su hija Norah, en colaboración con el ebanista andaluz José Horna con el que también produjo la Rueda de Caballos. En alguna de las salas, además, se pueden admirar impresionantes murales como El mundo mágico de los mayas, proyecto para el que se volcó en la investigación de la cultura de los pueblos indígenas de Chiapas, al que acompañan los numerosos bocetos previos. El poder de la alianza con otras mujeres se despliega en la serie de acuarelas Sister of the Moon, un bello ensayo a la sororidad femenina.
Todo es leyenda y magia en la obra de Leonora Carrington. Como en el Carro de Molly Malone, basado en el célebre cuento del folclore irlandés. O en La Guardiana del Huevo, una alegoría al origen del mundo. Sobre la fuerza primitiva del huevo la inglesa escribió lo siguiente: “El huevo es el macrocosmos y el microcosmos, la línea divisoria entre lo grande y lo pequeño que hace imposible ver el todo”.
Gran revelación
Los animales, reales o imaginarios, híbridos, con poderes mágicos, de dimensiones descomunales o pequeños mamíferos deambulan libremente por los cuadros. Aparecen justo en Arca de Noé o en sus series de caballos. La artista los respetó, empatizaba con ellos y los admiraba. ¿Y qué hay del título de la muestra? Su significado tiene, tal y como revela lo que escribió la inglesa sobre la huida precipitada a España escapando de los nazis. “Cupieron todas en una maleta que yo tenía, debajo de mi nombre una plaquita de latón incrustada en la piel en la que estaba escrita la palabra revelación”.