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PINTORES OLVIDADOS #9. Aurelio Arteta, el vasco que rechazó el Guernica

El arte vasco del XX le debe gran parte de su evolución, temática y carácter a este pintor que, a medio camino entre el postimpresionismo y la cubificación, supo mejor que nadie retratar la revolución industrial de su tierra natal.

Hay que ver hasta qué punto le llegó a marcar a Aurelio Arteta (Bilbao, 1879 – Ciudad de México, 1940) el hecho de haber crecido en una familia modesta. Su padre era ferroviario, por lo que durante su juventud tuvo que hacer trabajos de toda índole, desde pintor de viviendas y edificios a aplaudidor en los teatros. Cosa que, por otro lado, es lo que le permite simultanear sus estudios en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando cuando su familia se traslada a Madrid. El premio que consigue por la obra Accidente de trabajo en una fábrica de Vizcaya le concede la ansiada beca para poder estudiar en París, ciudad a la que se desplaza en 1902 y de cuyo ambiente artístico se empapa. Allí, fascinado queda por el postimpresionismo de Toulouse Lautrec o el de Gauguin y el simbolismo de Pierre Puvis de Chavannes.

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Así es el óleo Accidente de trabajo en una fábrica de Vizcaya con el que Aurelio Arteta ganó su beca para formarse en la capital francesa. En portada, el retrato que le hizo Daniel Vázquez Díaz en 1920, titulado Mi amigo Arteta.

Al mercado, otro de los óleos de Aurelio Arteta, es una de las pinturas que figuraban en el Palacio Munoa y que en 2017 adquirió el Museo de Bellas Artes de Bilbao. 

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Intenso recorrido vital

Sus viajes fueron claves para el vasco. Se recorrió en 1906 Francia, Bélgica e Italia (se imbuye del Renacimiento y aprende la técnica de los murales) antes de establecerse a finales de año en Bilbao. Tales destinos los plasmará posteriormente en las pinturas del comedor del Palacio Munoa (1913-1915) en Cruces, Barakaldo. Y también en los frescos del Banco de Bilbao en Madrid que comenzó en 1920. Bellas series en las que idealiza el trabajo de los campesinos con una luminosidad asimilada de los grandes pintores franceses, a partir de una composición en friso que permitiría el efecto monumental de las figuras.

Aurelio Arteta fue en paralelo miembro de la revista regional Hermes y director del Museo de Arte Moderno de Bilbao hasta su dimisión, ya que el ayuntamiento de la ciudad le censuró las adquisiciones realizadas. En 1933 partió al exilio. Primero en el País Vasco francés donde pintó el Tríptico de la guerra (para muchos el otro Guernica), y luego en México hasta el final de sus días.

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Uno de los frescos que el vasco firmó para el Banco de Bilbao en Madrid durante los años 20.

Pintura central del Tríptico de la guerra de Aurelio Arteta (1937).

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Marcó un punto de inflexión

Arteta representa el puente entre tradición y vanguardia y, sin pretenderlo, se convirtió en uno de los exponentes más ilustres del arte vasco. Ampliamente concienciado sobre las realidades humanas, empático con lo social, nunca trató de hacer propaganda política ni subordinar la pintura a otro fin que no fuera el arte mismo. Sus obras, de hecho, retratan una fotografía fiel de la realidad con una belleza cruda que a veces pasma.

A la madurez artística sobre la base del postimpresionismo y la técnica de pintura mural se unen escenas costumbristas y de emotivo lirismo. Como Idilio en el Puerto o temas populares, pasando por las romerías, los arrantzales (pescadores), el folklore o los bertsolaris (improvisadores de versos en euskera). De esta temática son los Pelotaris, La despedida de las lanchas o Eva arratiana. La de El puente de Burceña fue una obra sin precedente en la obra anterior del vasco. El fondo de las casas obreras muestra una estudiada cubificación siendo el rombo del puente el elemento más poderoso de la escena. Utiliza la industrialización como ventana para contar la historia de ese momento concreto de Bilbao, impregnado de cierta desolación y melancolía.

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Óleo Idilio en el puerto (1930).

La cubificación por la que pasó Aurelio Arteta se ve por primera vez en su obra El puente de Burceña, pintada durante los años 20.

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En Pelotaris, el artista vasco ahondó en las raíces de este deporte tradicional en su región.

Como otros tantos coetáneos, Aurelio Arteta encontró en los barrios industriales de sus alrededores un caldo de cultivo para desarrollar su cualidad pictórica. Descubrió a muchos la belleza compositiva que podía haber detrás de las chimeneas, los entornos obreros densamente poblados, los puentes de hierro, el entorno del Nervión (la ría), los trenes o los tranvías. La influencia que en él tuvo el poscubismo le permitió ajustar las construcciones a las formas geométricas de una manera totalmente intuitiva y natural. Sin distorsionar demasiado la realidad.

Casi un emblema

El pintor tuvo además una mirada etnográfica sobre una sociedad que iba desapareciendo, transicionando de una sociedad agrícola a una industrial. Atestiguó a través de sus pinturas la cimentación de lo que se convertiría en la gran ciudad que fue Bilbao. Un elemento fundamental para entender el florecimiento del artista vasco, brutalmente cercenado tras el estallido de la Guerra Civil y por culpa también del prematuro fallecimiento de Aurelio Arteta a causa de un tranvía en México en 1940. Justo en su plena madurez artística. “Hay gente a la que la historia ha olvidado por ilustre y hay ilustres históricamente descuidados”, dijo del pintor el escritor José Fernández de la Sota.

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Friso américa en grafito y acuarela. Foto: Galería Michel Mejuto.

Estudio para romería vasca esbozado en carboncillo por Aurelio Arteta. Foto: Galería Michel Mejuto.

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Arteta fue, aunque pudo ser más. Y no exclusivamente por el tranvía. Tras la destrucción de la localidad de Guernica, recibió el encargo del gobierno vasco de pintar el famosísimo mural. Salvador Dalí se había presentado como candidato en la Embajada de España, pero recibió una negativa rotunda. Arteta, exiliado en Biarritz, asolado por los desastres de la guerra (el conflicto le producía gran aversión, según Fernández de la Sota) y ya preparando su viaje a México, declinó el encargo, que fue a parar a manos de Picasso. El resto de la historia ya la conocemos. Supuso y sigue siendo una de las obras más laureadas ya no solo de la carrera del artista malagueño. También de la pintura española a lo largo de todo el siglo XX.

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Romería en Durango, una obra en pastel que el vasco realizó durante la primera década del siglo XX (1909). Foto: Galería Michel Mejuto.