Óleo sobre lienzo de 1954 que bien refleja la figura de la zamorana. Ella creó desde el dolor que produce el destierro de saberse en otro plano espacio-temporal, sin ser entendida por una sociedad conservadora que necesitaba catalogarlo todo.
Primeros pasos
En la Escuela de Bellas Artes de San Fernando la aceptan en 1926, teniendo como maestro a Julio Romero de Torres. Su trabajo como ilustradora en Blanco y Negro, Crónica, Estampa, La Esfera o ABC la posiciona como una de las figuras más significativas de la gráfica española de la época. De hecho obtiene una solvencia económica que le hizo posible costearse la Residencia de Señoritas de María de Maeztu, foco de la efervescencia intelectual en Madrid donde conoce a Lorca, Alberti o a Clara Campoamor.
Hacia Bruselas Delhy Tejero parte en 1931, sola por primera vez, para estudiar procedimientos industriales de la pintura mural y conseguir exponer posteriormente en L’École Supérieur Logelain. Ella misma reconoció en sus diarios lo extraordinario de este hecho. «Yo sé que para ser de Toro bastante he conseguido. Hay que ver lo que significa poder estar sola en el extranjero”.
Delhy se apasiona durante esta etapa por el costumbrismo, lo cual se refleja claramente en las pinturas Castilla, Viuda Rica de Toro, Zamorana o Labradora de Toro. Su cuadro Mercado Zamorano es aclamado por la crítica en 1934, un poco antes de estallar la Guerra Civil española, que le sorprende en África donde queda admirada por la belleza de Tánger o Fez. Su aspecto estrambótico para aquel entonces con sus uñas pintadas de azul, su belleza morena y los trajes que confeccionaba ella misma hacen dudar a las autoridades españolas de que perteneciese a Toro: a la artista la someten a un interrogatorio antes de entrar en España de nuevo.
Óleo sobre lienzo Mercado Zamorano (1934) es la obra, presentada en la Exposición Nacional, en la que Delhy Tejero aborda el traje regional de su tierra.
Hoy, el óleo sobre lienzo Viuda Rica de Toro realizado por la artista en 1932 es una de las obras que más se recuerdan de ella, junto a las que forman parte del catálogo permanente del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía.
Un viaje constante
De vuelta en su país, Delhy Tejero ejecuta con maestría los murales para comedores infantiles de Salamanca y los del hotel Condestable de Burgos. Aunque decide exiliarse para ampliar sus conocimientos de pintura mural. También para huir de una España que, según describió ella, “ya no huele a naranjas ni a leche recién hervida. Huele a sangre y a mortaja”. Tras un interludio en Italia se instala en París, una ciudad muy imprescindible para su trayectoria ya que, en ella, es donde conoce a los surrealistas de André Bretón, participando junto a Miró, Chagall o Klee en la muestra de arte abstracto Le rêve dans l’art et la littérature en 1938.
Tras el periplo por la capital francesa su actividad como muralista es premiada en varias ocasiones. Uno de los mayores logros como artista y mujer fue participar en la Exposición de Arte Abstracto de 1953, junto a Quirós, Millares o Saura. Pero Delhy Tejero sentía que no encajaba en la sociedad de la época ni en los grupos artísticos. Se vuelca entonces en la abstracción, muy de lleno: «Yo llamo a mis dibujos jaulas de mis sueños. Los caprichos intentan romper los barrotes de esa jaula, dar forma a los anhelos ilimitados e imposibles”.
De este período son las series Vasos comunicantes, Ismos o Mussia, pinturas que firma a lo largo de una vida personal que la zamorana emprendió por su propia cuenta. Nunca se casó. E incluso bromeaba sobre ello: “Dos o tres veces en esta temporada, después de hablar conmigo un poco, los hombres me dicen: ‘Qué lástima haberla conocido tan tarde, porque estoy ya casado o comprometido’. Así, como si se tratara de elegir tomates o patatas y se encontraran otros con mejor sabor. Esto me deja muerta, no sé qué cosa decir”.
Rara avis
Más allá de lo personal, a Delhy resulta hoy imposible integrarla dentro de una corriente, pues se niega vehemente a pertenecer a ninguna. Su trayectoria parecía ondulante, pero ella era un espíritu libre que tenía muy clara su concepción del arte. “Soy rebelde por temperamento y no podría adaptarme a una escuela determinada. Me gusta conocer y estudiar los diversos procedimientos y técnicas, comparar modalidades pero sin sujetarme a ninguna de ellas. Acepto lo que me gusta y desecho lo que no se adapta a mi manera de ver”, afirma la artista en 1947.
El olvido de Delhy Tejero se produce por la poca falta de autocomplacencia o de exhibicionismo de su obra, junto a una tierna ingenuidad y una visión inocente sobre el mundo. Su exposición más significativa fue la organizada en la Dirección General de Bellas Artes de Madrid en 1955. En la última etapa de su vida se parapeta tras unas gafas de sol, se niega a hablar con nadie y, a pesar de estar muy enferma, escribe e ilustra sus cuentos en ABC y YA, muriendo en 1968. Y dejando tras su paso una obra única, armada desde la libertad y la cárcel y desde una contradicción constante. Timidez y educación castellana frente a la feroz modernidad de su trabajo. El peregrinaje y la búsqueda junto al constante sentimiento de soledad e introspección.