
Instalación Artilugio montada por Manuel Calvo Abad en su taller madrileño en 1967.
Desde los primeros inicios
El asturiano solo quería tocar el violín. Pero, instado por su madre para estudiar la que fuera la carrera de su padre, abandonó los estudios de veterinaria de forma fulminante tras desmayarse durante una de las clases mientras efectuaban la trepanación de un burro, epifanía que le hizo darse cuenta de su verdadera vocación artística, la pintura. Antes de dedicarse plenamente al arte, Manuel Calvo Abad se pasaba las tardes en el Museo del Prado o admirando las pinturas de Goya que aún hoy decoran la ermita de San Antonio de la Florida. Su fascinación por el arte clásico fluctúa entre el poco interés que le despiertan algunos de los grandes maestros como Rubens y la fascinación que sintió en el Museo de Bellas Artes de Bruselas por La alegoría de la Fertilidad de Jordaens. Un cuadro que condicionará posteriormente sus composiciones y será el protagonista de sus series.

En 1974 Calvo planteó su propia versión de La alegoría de la Fertilidad con una serie de pinturas en técnicas mixtas.
Otra de las obras dentro de su serie sobre el trabajo de Jordaens.

En sus primeras incursiones en el arte, bajo la influencia del geometrismo latinoamericano, exploró la abstracción geométrica para pasar luego a una etapa figurativa de fuerte componente social. Se aprecia en los grabados que hizo para Estampa Popular, una red de artistas con sede en la capital. Su primera muestra individual de esta época la organizó en la Galería Alfil. Fue su madre quien tuvo que prestarle las 1.000 pesetas que costaba exponer. En la exposición, el denominador común fue la utilización de solo dos colores, el blanco y el negro, y la supremacía de la estructura sobre otros aspectos compositivos.

Acrílico sobre tablex, sin título, realizado por el asturiano en 1959 y perteneciente a su serie El silencio. La pintura en blanco y negro de Manuel Calvo.
Retrato de Manuel Calvo Abad.

Una fugaz etapa en la capital francesa
Manuel Calvo Abad fue sin duda el máximo exponente del arte concreto peninsular, que seguía el legado de De Stijl o Kandinsky y en términos generales se basaba en el rechazo a toda relación con el modelo, con un fuerte protagonismo de la forma sobre el color. De firmes convicciones y fuerte temperamento, Calvo se estableció cinco años en París hasta que rompió con su galerista, Denise René.
A ella la abandonó cuando le hizo decantarse entre el arte social y la abstracción, un hecho que frenó en cierta manera la carrera ascendente del ovetense ya que la francesa estaba fuertemente posicionada en los circuitos del arte. Y, a pesar de haber tenido relación con artistas de gran influencia (fue amigo de alguno de los componentes del Equipo 57 con los que se reunía en el café Rond Point de París), el asturiano recuerda aquella época como aburrida y nada fructífera. “En la galería estábamos los mismos de siempre”, llegó a decir.
Le siguió la etapa sudamericana en Colombia y Brasil (“A Brasil me llevó el amor, conocí a una brasileña en un ascensor y me mudé a vivir con ella”) en la que colabora con diversas publicaciones en revistas y obra social y expone con mucho éxito en el Museo De Arte Contemporáneo de São Paulo. Durante las décadas siguientes, el afán de Manuel Calvo Abad por experimentar hizo que mantuviese una relación multidisciplinar con ámbitos como la arquitectura, el diseño o el grafismo. Siempre, con un mismo nexo de unión, la inquietud social. “Me siento implicado con todas las tendencias que he practicado. De no hacerlo, sería negarme a mí mismo. Todas ellas soy yo”.

Acrílico sobre tablex, sin título, realizado por Calvo en 1959.
Una de las obras que ideó el asturiano dentro de su serie Estudio y composiciones espaciales (1957-1964).


La abstracción geométrica de Manuel Calvo Abad llegó a su clímax durante los primeros años de la segunda mitad del XX.
Libertad absoluta en obra y vida
Ya en el Centro Social La Salamanquesa en Madrid, el artista retrataba a modo de sombras chinescas a los asistentes. Aunque toda esta serie de dibujos desaparecieron tras el desalojo del centro. Un poco antes de la década de los 70 gestó la obra El Artilugio, digna heredera del arte cinético parisino y que se compone de varios elementos que, utilizando la luz y el movimiento como materiales artísticos, tiene como objetivo superar el estatismo de las esculturas de Nicolas Schöffer y Julio Le Parc. En 2014 expone El silencio. La pintura en blanco y negro de Manuel Calvo en la Fundación Oteiza, artista al que el ovetense admiraba. Su obra también se ve en la madrileña galería José de la Mano.

El artista junto a varios asistentes durante su instalación El Artilugio (1967).
En El Artilugio, Manuel Calvo Abad invitaba al público a ser partícipe de su obra.

En la actualidad, los trabajos de de Manuel Calvo Abad se encuentran distribuidos entre multitud de museos. Desde el Centro de Arte Reina Sofía de Madrid a los museos de arte contemporáneo de la Universidad de São Paulo y Río de Janeiro. Pasando por el Museo de Bellas Artes de Asturias, el de Santander, el Jovellanos de Gijón o la Biblioteca Nacional de Madrid junto a otros centros situados en Venezuela o México. Comprometido socialmente, pionero en la abstracción (y embajador de esta disciplina por tierras latinoamericanas) fue un creador multidisciplinar que lo único que quiso hacer desde pequeño era pintar y tocar el violín y, a fin de cuentas, acabó haciendo lo que le dio la real gana. Un artista poseedor de una integridad que ya no se estila.

Otra de las obras geométricas de Calvo de su serie El silencio (1958-1964).
Acrílico sobre lienzo, sin título, realizado en 1963.
