SUSCRÍBETE

~ Versión Print

Manera-Magazine-Pintores-Olvidados-Maria-Blanchard-Cubismo-Laura-Cano-01

PINTORES OLVIDADOS #1. María Blanchard, la enigmática maestra del cubismo

A pie de calle a pocos les suena y en los institutos y universidades su nombre acostumbra a pasarse por alto, pero la obra de la cántabra María Blanchard supuso (y sigue siéndolo a día de hoy) uno de los máximos exponentes del arte de entreguerras.

Pionera en la formación de la vanguardia histórica, a María Blanchard (Santander, 1881 – París, 1932) se la invisibilizó en los libros de arte a pesar de haber triunfado en la capital francesa y gozar de cierto reconocimiento en vida. La más grande y enigmática pintora de España, según el escritor Ramón Gómez de la Serna, no se estudia actualmente en las facultades y muchas de sus obras se encuentran en paradero desconocido.

La cántabra, nacida en el seno de una familia burguesa, fue hija de periodista y artífice de una obra sorprendentemente vanguardista para la época, hasta el punto de que llegó a convertirse en uno de los máximos exponentes del cubismo. La malformación en la espalda con la que nació no impidió la prolificidad de su obra (debido principalmente a los contratos draconianos de Rosenberg, su galerista), aunque sí dotó de cierta melancolía sus testimonios escritos (“Lo cambiaría todo por un poco de belleza” es una de sus frases más célebres).

Botella y frutera sobre una mesa, 1917-1918.

La cántabra María Blanchard con su alumna Jacqueline Rivière. Foto: Michael Houseman.

Más de 300 pinturas acumula la obra de Blanchard, la mayoría realizadas en su etapa parisina. Estudió Arte animada por sus progenitores y comienza a ganar premios de dibujo y becas que la conducen a terminar sus estudios en la capital francesa, ciudad que le fascinó y a la que intenta volver todo el tiempo, a pesar de acabar las becas y de haber obtenido al regresar a España una cátedra como profesora en Salamanca, justo cuando el contexto social y político de París comenzó a enrarecerse por la proximidad de la Gran Guerra. 

Etapa en París

La dama del abanico (1913-1915), Naturaleza muerta roja con lámpara (1916-1918) o Bodegón con caja de cerillas (1918) son algunas de sus obras en este período. María logra regresar a Francia al finalizar el conflicto, sin dinero, encargos ni galerista. Ya no es tan joven ni su condición física es la mejor, pero está totalmente decidida porque en París se siente libre.

Pianista, 1919.

Era María muy distinta a las artistas de la época, que en su mayoría habían ejercido de modelos, sido parejas de artistas y muchas se distinguían por su belleza. ¿Acogieron los pintores masculinos a María porque no tenía nada que ver con los roles atribuidos a la mujer artista en el comienzo de la modernidad?

Artista respetada

La pintora se forjó el respeto inmediato de sus compañeros de la vanguardia parisina, quienes llegaron a aceptarla como a uno más en un panorama nada halagüeño para las mujeres creadoras de la época. Acudían juntos a tertulias, viajaban, trabajaban y compartían taller. Diego Rivera, el pintor mexicano, la calificaba como “la mejor cubista de todos”. Lo cierto es que María estaba totalmente integrada en el grupo de Severini, Lipchitz, Metzinger, Rivera, Picasso y Juan Gris. 

Naturaleza muerta verde con lámpara, 1916-1917.

Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.

Con este último tuvo una relación muy estrecha, se influenciaban de una forma muy provechosa y, sin embargo, fue esta similitud pictórica una de las causas que marcó la carrera de María. Los dos redefinían el paisaje cubista a través de las pinceladas, ya que tras la etapa figurativa María se sentía muy cómoda en esta corriente superando, según algunos críticos, el trabajo de sus contemporáneos. Pero el estigma de que María copiaba a su compañero fue una constante que ha perseguido siempre a la cántabra.

Cubismo personal

Pese a las críticas, su estilo es poderosamente único ya que se trata de un cubismo muy personal distinguible por su rigor formal, austeridad y el empleo de una paleta más emocional y variada que otros cubistas como Picasso, intercalando colores oscuros y ácidos. Su poética del color llega a enmarcar la obra de María dentro del orfismo, una tendencia del cubismo que proviene de Orfeo y su lira y consiste en colores vibrantes que resaltan la luz con armonía y tono, como una composición musical.

Naturaleza muerta, 1917.

Ya en su última etapa, Blanchard vuelve a la época figurativa con las pinturas El borracho (1920) o Las dos hermanas (1921), pero la muerte de su gran amigo Juan Gris constituyó un punto de inflexión, volviéndose su pintura más melancólica y sensible. Falleció en Madrid a los 52 años y Federico García Lorca la describió como “Hada y bruja” en la Elegía que le dedicó en el Ateneo.

“Energía del color”

“Uno de los primeros cuadros que yo vi en la puerta de mi adolescencia, cuando sostenía ese dramático diálogo del bozo naciente con el espejo familiar, fue un cuadro de María –escribió el poeta granadino–. Cuatro bañistas y un fauno. La energía del color puesto con la espátula, la trabazón de las materias y el desenfado de la composición me hicieron pensar en una María alta, vestida de rojo, opulenta y tiernamente cursi como una amazona”.

La paleta de tonalidades, más diversa y emocional que la de sus compañeros, fue uno de los rasgos distintivos de María Blanchard.

Naturaleza muerta, 1918

“La lucha de María Blanchard fue dura, áspera, pinchosa, como rama de encina, y sin embargo no fue nunca una resentida, sino todo lo contrario, dulce, piadosa, y virgen –continúa la elegía–. Aguantaba la lluvia de risa que causaba, sin querer, su cuerpo de bufón de ópera, y la risa que causaban sus primeras exposiciones, con la misma serenidad que aquel otro gran pintor, Barradas, muerto y ángel, a quien la gente rompía sus cuadros y él contestaba con un silencio recóndito de trébol o de criatura perseguida”.

La muerte de María no hizo más que acentuar su olvido. Muchos marchantes borraron su firma de algunas de sus obras para estampar la de Juan Gris y así aumentar el valor de los óleos. Con una pintura honesta y un estilo indiscutiblemente original, la historia del arte sería injusta si no reivindicara a la denostada Blanchard como una de las mejores pintoras de la vanguardia del XX.

Composición cubista, 1916-19

Retrato de María Blanchard.