Una sala en la que un individuo hace su aparición y nadie levanta la vista, un baño de agua tibia cuando hace frío, la colorida primavera en escala de grises, un recorrido infinito por un limbo sin transeúntes… En el olvido habitan estas escenas retratadas por grandes pinceles, y nuestra serie Pintores olvidados está muy cerquita de la órbita cementerio: relegados, apartados, vilipendiados, invisibles, e incluso malditos. Rebosantes de cualidades que les hubiesen catapultado a la fama eterna y, sin embargo, fueron condenados a la indiferencia por los caprichosos giros del destino. El olvido es la más triste de todas las muertes.
Hallarse en el momento preciso en la escena adecuada lo lograron muchos artistas, incluso alcanzar un lugar notorio dentro de las vanguardias del siglo XX, como Lygia Clark. En esta lista encontramos buenos amigos de artistas que sí estaban triunfando como Picasso y otros que, incluso, formaron parte de las élites intelectuales de la época. Los había con solvencia económica, mecenazgos o hasta algunos que contaban con el aval de afamados galeristas. Entonces, ¿qué falló en el engranaje para que no gozaran del reconocimiento que merecían?
Peor destino tuvieron las mujeres artistas, las grandes borradas por un mundo del arte de tradición androcéntrica, como Juana Francés eclipsada por su compañero sentimental Pablo Serrano. No existía una receta infalible; la presunción se pagaba cara, la humildad también. Una crítica despiadada podía arruinar una carrera y la etiqueta de “pintor maldito” te estigmatizaba de por vida. Merecida o no, la fama se le escurría de entre los dedos a nuestros creadores.
Denostados, o simplemente no reconocidos, muchos de ellos sí que gozaron de cierto renombre en vida para ser postergados al olvido durante su deceso. De otros al menos nos queda su apellido y parte de su obra, de los demás ni siquiera ha trascendido quiénes eran. Son muchas las ocasiones en la historia del arte en las que los llamados “esclavos”, mujeres de artistas y aprendices, producían obras que al final firmaba el “Gran Maestro”. Le sucedió a Juana Pacheco, quien participó activamente en el taller de su marido Diego Velázquez, aunque no se pudo demostrar que ninguna obra fuera suya. De otra manera era imposible explicar tanta prolificidad. Pero, ¿quiénes eran estos artistas?
A menudo se alcanzaron cotas de profanación y la irreverencia llegó hasta tal punto que los marchantes de arte borraban la firma de un artista para estampar la del algún coetáneo que se cotizase más alto, igual que le sucedió a la maestra del cubismo María Blanchard con Juan Gris.
Merecidos o no, los pintores españoles y sudamericanos de esta lista de Olvidados son rescatados de “allá, allá lejos, de donde habita el olvido” de Cernuda, expuestos en nuestras páginas y dispuestos a gozar, al menos durante unos minutos, del reconocimiento que se merecen y que tanto se les ha negado.