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Fotografía: Mestiz

Frente a lo nórdico, los muebles maximalistas ‘Made in México’ de Mestiz

Cuestionar los gustos que a uno le imponen es lo que lleva haciendo desde 2019 el fundador de la marca Mestiz de México mediante producciones artesanales con tiradas limitadas, contenidos que exploran el ADN regional y un continente tan vivo y exuberante como el que cualquiera, viva en Japón o en Sudáfrica, asocia a este histórico país de Latinoamérica.

Lavadoras, tornillos… casi ningún objeto que exigía la carrera de diseño industrial en la universidad le llamaba la atención a Daniel Valero (Saltillo, México, 1988), creador de Mestiz. Lo suyo, dice, era trabajar en una escala más manejable que la de la arquitectura, sí, pero una en la que al menos hubiera detrás un componente de poesía, entendiéndola como el hecho de trabajar con las manos tal y como hizo nada más graduarse con su silla Patél, muy minimal según describe: “En ella todavía se nota un poco la típica influencia escandinava que tenemos todos al salir de las escuelas de diseño”. Les ocurre a los alumnos en Europa y también a los de Latinoamérica. Como el racionalismo, Le Corbusier y la Bauhaus se meten a cholón en el temario, guste o no e interese poco o mucho, al final una gran mayoría acaba creyendo que hay que diseñar al estilo nórdico, con pocas palabras o siendo casi silencioso, para ganarse un hueco en el mercado y entre una clientela que precisamente poco tiene que ver con la del siglo pasado. Poco, muy poco, por no decir absolutamente nada.

Daniel Valero en su casa-estudio de San Miguel de Allende.

Ideada en 2015, la silla Patél representa el germen de Mestiz.

De Patél el mexicano apenas habla ya en entrevistas, pero en su videollamada con MANERA la menciona porque con ella, al ingeniarla en 2015, nacieron la mayoría de los fundamentos que cuatro años después conformarían el valor diferencial de la firma Mestiz: el textil del asiento se confeccionó en un taller de artesanos de Saltillo, el de los hermanos Tamayo, cosa que le abrió un mundo desconocido a Valero. “En 2017 dije: ‘oye, ¿y por qué no trabajo también con otras técnicas?’. Ahí empecé a viajar por todo México a través de la artesanía”, recuerda. Probó con un pueblo llamado Dolores muy conocido por su cerámica: “La idea era partir de lo que el artesano ya conoce. O sea, no marearle mucho, hacer tan solo pequeñas variaciones para luego poco a poco ir experimentando más y más”, continúa: “Primero, pequeños platos, tazas, vasos y, a partir de ahí, a mí lo que me interesaba era una relación a largo plazo, no eso de decir ‘ya he hecho esta colección aquí, no vuelvo más’. No, en Mestiz quiero que se den conexiones”.

Relaciones artesanas

Y haberlas las ha habido, viendo ahora que cada línea de esta firma se desarrolla en talleres de cuatro regiones del país. Las piezas de mimbre las trabajan en Tequisquiapan y la producción de textiles aún se concentra en Saltillo, igual que la cerámica permanece en Dolores, mientras que la madera se lleva a cabo en San Miguel de Allende, de la que el responsable de la firma hace una pequeña anotación: “Optamos siempre por maderas sólidas que sacamos con tablón para poderlas tallar y luego le damos, como a todas nuestras piezas, un color representativo de Mestiz, que acostumbra a ser uno muy intenso”. Cuenta a su vez que el asunto de las tonalidades viene a colación de la identidad popular: “En cualquier región, desde el norte hasta el sur, el color importa y define, y esa fue como una de las primeras cosas que a mí me empezó a hacer ruido. Pensé: ‘¿y yo por qué tengo que hacerlo todo blanco o beige como los nórdicos?”.

Como ninguna de las piezas de Mestiz, las alfombras tampoco cumplen con los clásicos patrones geométricos.

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Los textiles se confeccionan utilizando una fibra llamada ixle, extraída de la planta lechuguilla.

Tampoco se ha interesado él por la sobriedad de un sueco o un danés, porque con los años Mestiz ha ido evolucionando de lo popular al tema de la fauna y flora de México, un viraje hacia lo salvaje bien apreciable en la exposición que Valero inauguró el pasado octubre en la tienda-galería AGO Projects (puede visitarse hasta diciembre) en Ciudad de México. En la muestra, La otra isla se llama, se comparte la última colección de la marca titulada Wood Fauna la cual gira en torno a la arquitectura colonial de San Miguel de Allende, donde el fundador abrió su casa-estudio hace tres años, y en la que cada vivienda e iglesia se asemeja o diferencia de las otras por su talla de madera, de forma que es el material el que otorga identidad. Pero no solo eso.

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Para las piezas de madera de Mestiz, el proceso de tallado constituye una de las partes más esenciales en diseño.

Muchos de los objetos en grandes dimensiones utilizan el mimbre como materia prima.

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La cerámica de la marca se trabaja en Dolores, al norte de Ciudad de México.

Viviendo en San Miguel, Valero ha conocido a Don Javi por medio de otro carpintero, es tallador y se dedica a arreglar carpinterías en las escuelas locales. “Trabajando con él comenzaron a surgir los símbolos de la ciudad, que al ser históricamente una parada de viajeros pues está el tema de la concha. La hay por todas partes”, comenta: “De ahí nacieron las primeras piezas con órbita y nos fuimos adentrando en esta especie de zoomorfismo. Hay un lagarto, porque Don Javi me habló del que vio en su viaje al mar, y ahora estoy haciendo una que es como un jaguar”. Se puede observar dentro de la exposición en lo que él llama su pequeña isla, un mundo inmersivo de fantasía al que se le suman mesas y bancos de siluetas dispares y orgánicas laqueadas sobre madera, gabinetes enormes o alfombras en lana y fibras naturales como el ixle (se extrae de la planta maguey lechuguilla) en forma de divinidades.

Diseños hechos con tiempo

Sobre los tiempos que precisa cada mueble u objeto, el autor señala que la técnica manda: “Pero establecemos plazos aproximados. Para las piezas más chicas hacen falta unas ocho semanas de trabajo, 12 en el caso de las medianas y, si se trata de un gran formato, la confección puede llevar incluso de 16 a 18 semanas”, aclara, subrayando que en su estudio y talleres solo se ocupan de ediciones limitadas pensadas mayormente para galerías e interioristas. Al cliente final, de acuerdo a Valero, lo que más le fascina son las piezas pequeñas, platos, vajillas completas o lámparas en las que por supuesto la identidad regional, esa con la que Mestiz se ha ganado un nombre a escala internacional resaltando lo suyo propio, también está muy pero que muy presente y, al parecer, todavía le queda una vida larga por delante. Menos mal.

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Piezas insignia de Mestiz elaboradas en sus talleres de cestería y madera.

La producción del mimbre se focaliza al completo en Tequisquiapan, en el centro del país.

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Pantallas de lámpara ideadas por Daniel Valero en mimbre.

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Los objetos de cerámica constituyen una de las piezas más aclamadas por el público final que compra al por menor.

Artesano en Tequisquiapan.

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Un buen resumen de los diseños más icónicos y coloridos de Mestiz.

Una escultura de este tamaño requiere en torno a 12 semanas de producción artesana.

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Detalles del estudio de Valero, fundador y director de la firma mexicana.