
Así es la silla Palapa, con estructura en madera de huairuro, otra pieza insignia desde que esta firma mexicana empezara su trayectoria en el diseño de mobiliario propio. Foto: Fabian Martínez.
Perspectiva del espacio que Azotea dispone en la colonia de Tacubaya. La silla vintage italiana que aparece en primer plano es una de las piezas recuperadas de Azotea.

En Azotea solían restaurar las piezas y, cada dos meses y medio, las ponían a la venta. “Y una vez se venden, pues ya no hay más”, informa Caicedo. Hubo un primer drop y también un segundo, hasta que vino el siguiente. “Ahí me picó la curiosidad de diseñar muebles originales de nuestro estudio”, recuerda él, subrayando que actualmente esa área ha llegado a alcanzar el 70% del negociado. Porque a la gente le apasiona el enfoque conceptual que hay detrás, que no es baladí ni arbitrario según su autor. Él es colombiano y nació en Cali, una de las ciudades con mayor población afrodescendiente de todo el país. “Luego me mudé a México y vi que esa descendencia, que aquí también la hay, está muy olvidada”.
La forma tiene su porqué
Que el colombiano rescatase hace un par de años su herencia fue un acierto, hasta el punto de que los muebles más codiciados de Azotea, ahora, son precisamente los que evocan tales referencias. Como la silla Palapa, la Calima, la Chula y la mayoría de asientos de madera tejidos en chuspata, ratanes y hojas de palma. Todas, aun así, cuentan con un giro, son ideas clásicas traídas a un contexto contemporáneo y ejecutadas por los artesanos con los que trabaja Caicedo, eso también, sin producir al límite ni autoexplotarse. “Seguimos funcionando con drops”. Se explica: “La gente viene durante las dos semanas que dura la venta. Los que alcanzan a comprar las piezas, se las quedan. Y los que no, las piden por encargo”. Incluso desde Estados Unidos y Canadá.
De este modo en Azotea pueden dedicarse entre venta y venta a resolver los pedidos –“ahorita tenemos un tope, porque gracias a la vida tenemos muchísima producción”, reconoce-, y de mientras ingenian las nuevas piezas. Especialmente sofás, que son las que más triunfan y que, de hecho, también contienen partes de madera recicladas de motocicletas, coches o electrodomésticos. Su tapicería proviene de viejos stocks de telas vintage desde los años 60 hasta los 90, o de excedentes de tiendas del centro de la capital mexicana. Hacen sofás de lana por ejemplo, y muchos tapetes los convierten en tapizados que parecen nuevos.
Experimentación infinita
Al tener el taller de telas en el propio estudio, las pruebas nunca terminan. “Seguramente lo habréis visto en nuestro Instagram, pero ahora acabamos de lanzar un sofá que viene con unos peces bordados a mano”. Es obra de Toztli Abril y Elena Gore, dos artesanas que trabajan el textil y a las que Caicedo menciona porque, de hoy en adelante, la red de terceros va a integrarse en el ADN de esta marca. “Me gusta esa idea de que amigos míos y otros artistas, los conozca o no, puedan incluir sus piezas en cada uno de los drops que tenemos”, subraya el diseñador, que antes de despedirse adelante cuál será su próxima colaboración para la venta de octubre. Ya la tiene clara. Se trata de Apapacho, un proyecto de cerámica ultra cuidada y elaborada mano a mano con grandes conocedores del oficio en el estado de Puebla. La cual sigue al pie de la letra la filosofía de esta prometedora azotea.

Vista de la mesa de café Batará.
Junto a la tumbona Sphere leg, otra de las esculturales sillas que propone Azotea.
