Antonio Pérez de Castro fue el fundador de la primera escuela española de diseño e interiorismo, titulada IADE. En portada, el madrileño en Atenas durante uno de los viajes que tanto le gustaba hacer.
Su padre, ingeniero de caminos, eligió para él una educación liberal en el Liceo Francés y en la Institución Libre de Enseñanza, lo que ya le marcó una diferencia con respecto a los de su generación. Pérez soñaba con ser aviador o marino mercante, pero esa ilusión se diluyó en un accidente que le afectó a la visión del ojo derecho. Tuvo que cambiar entonces sus afanes de aventuras por las Bellas Artes para, desde ahí, meterse en un lío diferente pero no menos apasionante. De hecho, con su carrera recién acabada, se fue a visitar Europa bajo la idea de ver lo que se estaba cociendo, matriculándose en la Escuela de Ulm, al sur de Alemania, una de las más avanzadas del país germano y a la que apodaban la Nueva Bauhaus.
Una revolución vital
De esa escuela el madrileño quedó impresionado por sus métodos de enseñanza. Alucinó con las materias que se impartían: clases fuera de las aulas, profesores que compartían sus teorías y las contrarias, trabajos propuestos por empresas, todos mostraban opiniones distintas que luego se debatían y ponían en común. Se trabajaba en equipo y sobre todo se aprendían los oficios. El argentino Tomás Maldonado, su director, era una combinación de William Morris con Walter Gropius. Y, de una mezcla así de revolucionaria, nació esta personalidad latinoamericana que estaba lanzando el discurso más innovador en Europa, el cual Antonio Pérez de Castro, que era un visionario, recogió y decidió aplicar.
A su vuelta a casa todo había cambiado en su cabeza. Se había vuelto más crítico y creativo, observaba minuciosamente lo que ocurría y lo que no a su alrededor. Es más, pensaba y analizaba cómo le gustaría que ocurriera lo que el madrileño consideraba necesario. Y de ahí que, en el año 1957, decidiera abrir IADE en la calle Hermosilla de la capital (no muy lejos de donde se ubica ahora, en Claudio Coello, 48), una escuela donde se enseñara lo que era el diseño y el interiorismo, pero enfocada de forma global y desde diferentes puntos de vista. Porque, si bien era cierto que en aquel momento se puso de moda estudiar decoración en España, Pérez quería un programa de estudios enfocado a combinar la función y la forma.
Proyecto de imaginación Foto Continuada, para la profesora de Análisis de Formas Virginia Frieyro, en el que los alumnos de IADE, a partir de un recorte de foto, debían inventar un interior que recreara las líneas formales de la imagen (a la derecha).
Más allá de la estética
En resumidas cuentas, él buscaba que se enseñara cómo el espacio debía de ser tratado en su totalidad, antes de que se colocaran las butacas y las flores, aplicando los oficios artesanales al diseño interior y a la arquitectura. Unas áreas que según él sí o sí debían de encontrarse y convivir. Aprender haciendo fue el lema de la Escuela de Ulm que Antonio Pérez de Castro decidió adoptar para IADE, con un foco muy puesto en la reutilización de materiales y objetos. Algo tan nuevo y tan viejo a la vez que él practicó y mantuvo siempre en sus proyectos.
Junto a esta figura tampoco faltó su mujer, Mercedes Méndez, quien compartió aquellos años de diseño y nuevas visiones, involucrándose en las aulas a la vez que, según cuenta a MANERA, daba biberones a sus tres hijos Diego, Antonio y Mercedes. Hoy están al frente de esta escuela y se encargan de conservar las teorías de su padre. “Decía que necesitábamos carpinteros, albañiles, costureras, pero que había que darles un bagaje intelectual, que supieran la historia de lo que estaban haciendo y que, a todos aquellos que estaban trabajando con las manos, había que subirles de nivel. Darles una profesión y hacerles profesionales”, relata Mercedes.
Rompiendo esquemas
Lo cierto era que, durante aquellos años, ganas y ansias por aprender no faltaban. La mayoría del alumnado eran chicas y, aunque generalmente no les dejaban viajar durante esas épocas, en IADE les organizaron toda una serie de viajes didácticos muy memorables. El objetivo era que pudieran ver arte y diseño, y vaya que lo hicieron. Con su look a lo Doris Day, las estudiantes recorrieron Berlín, Roma, Venecia y Atenas mirando, dibujando. Y grabando en su retina todo lo que habían visto en los libros.
Lo primero que se enseñaba en IADE, con su modelo de educación en libertad, era a pensar y luego a dominar el oficio. O sea, a dibujar. “Teníamos un montón de horas de dibujo no solo para controlar la geometría, también el color”, recuerda Mercedes. “Se incorporaron las clases de cromática para hacer que los planos resultaran atractivos. Pero lo más revolucionario e innovador, vigente hoy en esta escuela, fue la obsesión de Antonio por que los profesores no se erigieran como jueces, sino que ayudaran al alumno a crecer. Su obligación era abrir puertas y rendijas en la enseñanza”.
El valor está en el balance
“Hoy el ordenador lo domina todo, pero desde la institución se empeñan en seguir dibujando a mano”, prosigue. “Y así va a seguir, porque dibujando se aprende a pensar”. A modo de ejemplo cita la técnica del color con gouache: “Como necesitas un tiempo para mezclarlo, ahí te das cuenta de si lo has hecho bien o no. Lo ajustas y lo extrapolas a la obra”. Segurísimo que Antonio Pérez de Castro estaría más que de acuerdo con las palabras de su mujer. Y también con el resumen que ella hace de estos 60 años de enseñanza. “El diseño cambia todos los días. Es muy potente y hay que estar preparado para evolucionar. Aunque, a la vez, hay que mostrar respeto, aprovechar la artesanía y los viejos oficios, y unirlos a las nuevas tecnologías”.
Proyecto de un spa en el campo de Salamanca, en un entorno rústico con un programa lúdico y sofisticado. Ejercicio para la profesora de Análisis de Formas Virginia Frieyro.
* Especial agradecimiento a Mercedes Méndez y a Diego, Antonio y Mercedes Pérez de Castro.