Bofill, en su día, incrustó 13 de estas cruces en la estructura del edificio, que se perciben en el interior de los apartamentos los cuales, tal y como ocurre en el de la pareja del norte de Europa, se abre al exterior con vistas al azul del mar. “Era inevitable que eligiéramos una base neutra para la casa, en contraposición a la fuerza del rojo exterior, y optamos por mobiliario discreto y arquitectónico. De este modo, honramos aún más el especial estilo de Bofill”, comienza el dueño. “Mis padres visitaron este lugar a finales de los 70. En nuestros viajes a mediados de los 80, Marjan y yo conocimos el complejo. Nos contaron que los lugareños tuvieron que acostumbrarse a estas formas más africanas que españolas”.
Los exteriores tienen varios tonos de rojo para acentuar el contraste con el paisaje. Los patios y las escaleras, por su parte, se trataron con azules (celeste, añil y violeta) para crear un efecto óptico y que el edificio pareciera elevarse en el cielo.
Sobre una de las colchonetas que sirve como sofá, marco de ventana con espejo, y a su lado, lámpara de Ikea.
Fundiéndose con el paisaje
El holandés comparte más detalles. “Con La Muralla Roja, la intención de Bofill era construir una comunidad en una zona rodeada de naturaleza, pero al final la población local no se instaló”. Jan, que es arquitecto (entre sus obras están los proyectos de E-huizen, casas diminutas de unos 40 m2 que no consumen energía, bajo el nombre de Onderdak), fue capaz de evaluar el valor y la calidad del edificio. “El concepto de aplicar una gama de colores fue un acierto, da relieve y profundidad a los diferentes elementos según sus funciones estructurales. La intensidad de los colores también está relacionada con la luz y muestra cómo su combinación ayuda a crear una mayor ilusión de espacio”.
Esta atención al entorno natural es un rasgo común en la obra de Bofill y está presente en casi todos sus proyectos. El más famoso, La Fábrica de 1973, que fue su casa y actual sede de su estudio RBTA, está en una antigua factoría de cemento a las afueras de Barcelona. También allí se aprecia un lenguaje formal muy autónomo, con escaleras surrealistas que no llevan a ninguna parte, estructuras que cuelgan sobre vacíos y espacios visualmente potentes con proporciones un tanto extrañas. En definitiva, abstracción creativa con volúmenes puros, que a veces se revelan rotos y muy crudos.
Imposible es que pase desapercibido
El proceso en el que se embarcó Bofill fue ante todo un replanteamiento teórico de la relación entre espacio y función, con el ser humano como punto central, como espectador y, desde luego, como usuario. Como Bofill dijo elocuentemente en una ocasión: “Quería crear un espacio lo suficientemente poderoso como para que la gente normal que no sabe nada de arquitectura se dé cuenta de que la arquitectura existe”. Fue y sigue siendo una personalidad llamativa de la arquitectura internacional. “Nunca me ha gustado la teoría de la arquitectura –declaró una vez–. Así que siempre me he fijado en los edificios tradicionales”.
Fascinado por los pueblos densamente poblados de Ibiza, donde las escaleras se empotran en las fachadas y forman montículos de casas y terrazas en un conjunto orgánico, viajó a África para rastrear los orígenes de sus primitivas viviendas. “Aprendí más en medio del Sáhara, entre dunas y arena, que en un palacio francés”, bromeó una vez. Jan conoce bien su obra: “En España, sus edificios han recibido un renovado aprecio como parte del actual renacimiento posmodernista, alimentado por la cultura pop y por los fans en Instagram que disfrutan de su abrumador poder arquitectónico. La Muralla Roja es un claro exponente de su pasión por las construcciones de adobe del pueblo tuareg. Marjan y yo compramos este apartamento hace 21 años”.
A imagen y semejanza
El holandés continúa recordando aquello. “Bofill no era tan mayor entonces y no tenía la fama de ahora. La vimos como una extraña obra de arte, un laberinto arquitectónico con su pronunciado cromatismo. El interior estaba deteriorado y había moqueta destruida en el salón, que además era muy inusual para España. Mantuvimos la atmósfera de casa de playa minimalista. Elegimos acentos españoles y marroquíes, colocamos baldosas en los suelos y en los sofás de obra. Todo está resuelto con diferencias de nivel, como pretendía Bofill. Pusimos cortinas de lino para separar los espacios. Incluimos tonos suaves para subrayar los colores fuertes del exterior. Como ya he dicho, es y sigue siendo una rareza arquitectónica”, concluye. “Me habría encantado conocer a Bofill y charlar sobre el edificio y su visión, porque nuestro apartamento, al igual que La Muralla Roja, es un continuo viaje de descubrimiento”.