El hall con mesa española comprada en El Rastro, butacas años 40, sofá de Tom Ford para Gucci y óleo Hey Rothko (2021) de Alicia Bowers. En portada, el salón con sofá en lana bouclé, mesa TRG en chapa de acero de Willy Rizzo y, sobre la chimenea, jarrones italianos de cristal, todo en L.A. Studio. Biplaza de fieltro gris de los 50, en IKB 191, y lámparas de cristal de la Real Fábrica de La Granja.
Esta arquitectura tricentenaria ya había sido actualizada anteriormente. “La primera vez en el XVIII por Vicente Barcenilla, y a comienzos del XIX Antonio López Aguado la adaptó al gusto neoclásico que hoy mantiene con las escayolas, molduras y siete chimeneas, algunas repintadas por mí”, señala. No fue necesaria mucha obra. Sus anteriores propietarios habían trabajado con el arquitecto Ignacio Vicens, quien devolvió la solemnidad a los espacios mediante estucos, suelos de mármol en damero y nuevas cornisas. “Decidí ser continuista en lo que a materiales se refiere -mármol, madera y bronce- para que no se notara ruptura. Pero sí actualicé los baños y prescindí de la zona de servicio”.
Alrededor de la mesa española de El Rastro, en el comedor, banco de terciopelo diseño de la interiorista y sillas Lodge de Ettore Sottsass, en L.A. Studio. Desde la izda., espejo francés del XIX, grafito Untitled (2021) de Peppi Bottrop y óleo Sampled Painting (2020) de Guillermo Pfaff, ambos en Galería Ehrhardt Flórez, y pieza Marry me (2015) de Frank Plant.
La cocina de Alicia Bowers se acompaña de taburetes Gaulino de Óscar Tusquets para B.D. Barcelona, lámpara Sputnik, en El Transformista, y óleo Between Brothers 1.1 de Timothy van Oorschot, en Gärna Art Gallery.
La estancia de media luna conecta comedor y cocina, con vajilleros creados por Bowers inspirados en los laboratorios de perfumería de principios de siglo. Mesa de hierro diseño de la interiorista, sillas españolas de los años 40 y lámpara de cristal de la Real Fábrica de La Granja.
Exquisitez de otro planeta
La planta principal, con doce enormes ventanas a la calle, se divide en hall, biblioteca-despacho, salón, comedor, y una gran cocina con antesala en forma de media luna. “Este espacio en curva es del que me siento más satisfecha, con los vajilleros que diseñé inspirados en los laboratorios de un perfumista de principios del XX”, añade Alicia Bowers. La sala da acceso a la zona de fogones, con armarios en laca blanca mate y suelos de roble punta de Hungría y brillante mármol Bianco Arabescato Carrara en encimeras e isla central. La planta de arriba la reservó la canadiense a cuatro dormitorios, todos con baño incorporado, y la principal con vestidor.
Dormitorio principal con butacas S142 de Eugenio Gerli para Tecno, en L.A. Studio, y mesitas y jarrón italiano, todo en IKB 191. Máscara africana y pieza con azulejos de Claudia Wieser, en Casado Santapau. Junto a la cama, con colcha y sábanas de Ábbatte, mesita Tulip de Eero Saarinen para Knoll, sillones Soriana de Tobia Scarpa para Cassina, en L.A. Studio y, en la pared, mural de azulejos y madera de los 70, en El Transformista.
La decoración es un juego de tono sobre tono que va del blanco roto al gris, con guiños a las pinturas de Zurbarán en piezas marrones y ocres pero, salvo escogidas excepciones de anticuario, como los chandeliers de La Granja, todo es de un rotundo, sutil y confortable siglo XX. Muebles firmados por tótems italianos como Mangiarotti, Sottsass, Scarpa o Gerli junto a suntuosas curiosidades como un sofá que Tom Ford creó en su era Gucci. Y entre escayolas palaciegas, la colección de arte africano de Alicia Bowers dialoga con impresionante contemporáneo de Guillermo Pfaff, Masaaki Hasegawa, Emanuel Seitz, Timothy van Oorschot o Frank Plant. Existiendo estos paraísos habitables en la superficie, ¿quién quiere túneles?
Sobre una de las siete chimeneas del dúplex de Alicia Bowers, en la entrada, espejo de 1,2 metros de cristal azul de Murano, en IKB 191.