La fluidez es una de las grandes características de este piso colombiano a cargo de Jimena Londoño, ya que desde la cocina (abierta) se aprecia el resto de estancias comunes. En portada, vista del salón con, al fondo, el ladrillo visto que a la dueña le recordaba a ciertos momentos de su infancia.
Alejándose de lo convencional
Al entrar hoy en ella, un gran ventanal recorre de suelo a techo la totalidad de la fachada que inunda de luz tres espacios compartidos, la cocina, el comedor y el salón, en los que abunda el hormigón visto y las paredes enchapadas en flormorado, rompiendo así con la tradición de ladrillo terracota, paredes blancas, techos bajos y espacios cerrados que tanto abunda en Bogotá. A la arquitecta le costó casi nueve meses resolver el proyecto, un refugio de 300 metros cuadrados para una pareja (el empresario Andrés Vasco y su pareja, la actriz Manuela González) con tres hijos, un gato, invitados permanentes y una gran herencia de libros y obras de arte colombiano.
De hecho, la madre de González fue crítica de arte y coleccionó piezas de Manuel Hernández, el constructivista Eduardo Ramírez Villamizar y Miguel Huertas. Son las que hoy conviven a lo largo del apartamento, a la vez que se erigen como un elemento clave para el resultado final del proyecto el cual Jimena Londoño considera que ha sido, hasta la fecha, su trabajo más completo. En gran parte debido a su complejidad. “Sobre todo por la gran cantidad de detalles y la labor de filigrana que se ha hecho”, cuenta ella. Se ve en la escalera. Su minuciosa construcción en una estructura metálica queda completamente escondida por la madera de roble danés que la recubre, por las barandas en vidrio y los pasamanos en bronce.
Una coherencia muy envidiable
Todo ello, con uniones invisibles al ojo de quien la observa. Sumado al hecho de que la arquitecta recubrió a mano con cal la pared de ladrillo que envuelve el salón, bajo el objetivo de otorgarle un acabado industrial que fuera más acorde con la totalidad del espacio. Tampoco falla el uso del granito fundido en ciertos rincones. Ni un mueble de tres metros de largo que hoy recorre el suelo hasta el techo y divide el ambiente compartido entre el comedor y la sala, sin interrumpir con la funcionalidad de un espacio abierto.
Al preguntarle a Jimena Londoño sobre la lección que ha sacado de este proyecto, la arquitecta resalta el reto que ha sido el pensar cada espacio desde lo macro a la pequeña escala. Desde, por ejemplo, la entrada por el segundo nivel, pasando por las habitaciones secundarias ubicadas en el primer piso, hasta llegar a la terraza abierta en el tercero. Lo que se observa además al trazar un recorrido así es que en esta vivienda nada sobra, todo se conecta y tiene una razón de ser. El resultado final es una especie de townhouse deconstruido, ideal para una familia activa que valora la intimidad dentro de una vida en comunidad.
Seguro que habrá más proyectos en común
Lo que a la vez sorprende es que, pese a haberse diseñado con materiales fríos, el apartamento no puede ser más cálido. Cosa que se debe, en parte, a la inclusión de un sistema de calefacción oculto, pero también a la elección de elementos como por ejemplo las cortinas en lino de colores taupé, arena y champagne, que sirven para dividir los espacios de la habitación principal, la cual actúa como un espejo, en cuanto a espacialidad se refiere, del área social. “En este momento, después de haber pasado por varios procesos de ensayo y error, podría decir que esta es mi casa soñada”, comenta la clienta. Tanto ella como Jimena Londoño coinciden al asegurar que si el resultado funciona es porque, en esencia, ha sido un trabajo en equipo en el que no ha faltado la química desde un principio.