En este proyecto han colaborado el arquitecto técnico Miguel Castillo, los historiadores Javier de Pablos y Manuel Peregrina, el equipo de la arqueóloga Maribel Mancilla y la restauradora Julia Ramos junto a sus compañeras de estudio. En portada, el salón-comedor con antigüedades francesas del XVIII.
El blanco se convierte adentro de la casa de Celia Muñoz en un eje conductor para patios, pasillos y galerías.
Hubo que enfrentarse a una delicada rehabilitación, la cual ha firmado el arquitecto Ignacio Quemada de la mano del interiorista francés Bastien Halard y el paisajista John Hoyland. También hicieron falta arquitectos técnicos, historiadores, arqueólogos y restauradores. “De las cuatro parcelas, dos responden a la tipología del carmen granadino con jardín, y otra a la tipología de casa patio”, desgrana Muñoz, explicando que esas tres se incluían además dentro del plan de protección especial del Albaicín. La cuarta, la más pequeña, se construyó a mediados del XX. “La rehabilitación que ahora se ha hecho”, añade la diseñadora, “enlaza las cuatro casas y sus jardines, pero respeta la independencia y el carácter de cada una de ellas”.
La historia, si se conjuga bien, puede ser muy funcional
Para Celia Muñoz, lo esencial era crear espacios sofisticados que parecieran haber estado siempre ahí. Además, como a ella y a su marido les encanta viajar, querían decorar la casa con objetos que trajeron de India, Papúa Nueva Guinea, Etiopía, Guatemala, Italia, Francia, México o Estados Unidos. “También hay objetos heredados como un reloj Louis XVI, unas fotos de familia antiguas o una cómoda que pertenecía a mi abuela”, dice. Lo interesante es que, con tal amalgama de objetos, la vivienda de ahora ha sabido reflejar el estilo de vida de una familia joven con muchos niños, cosa que se ha logrado enfundándole al interiorismo una buena dosis de muebles contemporáneos.
La combinación de piezas, colores arriesgados y detalles clásicos, como el artesonado de madera o las patas de la mesa, configuran un interiorismo ecléctico pero altamente efectivo.
Cuenta la propietaria que de la casa principal se conservaron y restauraron las fachadas, incluida toda su herrería y las carpinterías acreditadas como antiguas. La actuación interior fue a la par, suprimiendo los elementos inadecuados y restaurando todos los de valor, en especial una armadura y un alfarje moriscos, ambos de mediados del XVI. Hubo más hallazgos. “Debajo de la casa principal encontramos restos arqueológicos del criptopórtico del foro de la Granada romana, Florentia, edificada hacia comienzos del siglo II”, informa Celia Muñoz.
Contrastes de texturas, a todo color
Hoy, la casa principal aloja el dormitorio de matrimonio así como la mayoría de espacios comunes de la vivienda. El resto se ha dedicado a las habitaciones y zonas de sus hijos, y otra casa está pensada exclusivamente para los invitados. Los jardines de los dos cármenes, manteniendo también cada uno su identidad, se enlazan funcionalmente y son compartidos por las cuatro casas. ¿Y qué hay de los juegos cromáticos? “Se han intentado reflejar las tonalidades típicas de Granada. Hay colores rojizos que recuerdan a la Alhambra, amarillos intensos que evocan el albero de una plaza de toros, y azules penetrantes en referencia al cielo de la ciudad”. Todo, según cuenta Celia Muñoz, contrastado con el blanco tan típico de las casas del barrio.
“Con las texturas hemos intentado representar los colores y aspectos de las paredes exteriores de las casas, las que se encuentran en las calles del Albaicín”, apunta Celia Muñoz.
Las habitaciones, de hecho, se pintaron a la cal y ahora se aprecian de manera intencionada los brochazos, de forma que aquellos que se pasen por la casa se centren en la pureza de los materiales. O, por qué no, en las explosiones de color y los constantes guiños al arte contemporáneo, tal y como concluye la propietaria. “Lo importante es justo eso, sorprender a la persona que nos visite”. Así, todo futuro huésped podrá observar la entrada principal y su escalera con un aspecto austero y monacal, justo antes de dejarse llevar y perderse por una vivienda de 1.122 metros cuadrados en la que cada puerta, de madera esculpida a mano con toques dorados, conduce a una Granada atemporal. Una que no olvida el pasado, ni tampoco el actual siglo XXI.