La inspiración en este caso surge de la infancia en las casas típicas de sus abuelas, y de las peculiaridades regionalistas provenzales de las novelas de Pagnol. Pero se requería un trabajo muy exhaustivo por parte de las interioristas para conseguir que el resultado fuera acorde con la arquitectura de la zona. Y, después de dos años de rehabilitación, una obra que concluyó a finales del 2022, literalmente así ha sido el concepto final. En una plaza central donde gorgotea el agua de una fuente de piedra se disponen las 16 habitaciones del complejo, el café y el restaurante. El hotel es toda una apología de la artesanía local y el hilo conductor, como no podía ser de otra manera, es la Provenza en su esencia máxima.
Reformulando el imaginario
Ahora bien, el contexto se ha reinventado aquí a través de una labor de campo previa de las dos interioristas, recorriendo la comarca para seleccionar a los artesanos que, a la vista queda, son los grandes protagonistas del proyecto. Entre ellos destaca la colorida obra de Maximilien Pellet, confeccionada a medida para el espacio y que preside uno de los salones del comedor titulado La Bastide. Mientras, en su estancia central, una gran sala acristalada y con enormes vigas de madera que recuerdan a las estancias provenzales, se aprecian los platos colgantes de Héloïse Bariol, un ceramista que realiza piezas únicas o pequeñas series.
También los textiles han sido confeccionados según la gama cromática imperante en este proyecto de la Provenza. Foto: Laura Cano.
De nuevo en el restaurante, aquí se aprecian los tonos ocres y terracota que gobiernan el proyecto, de la mano de los platos diseñados por Héloïse Bariol (al fondo).
La minuciosidad como clave
En cualquiera de sus versiones, incluso en todas, el blanco y la paleta tierra son los colores elegidos para la decoración. Aparecen en textiles, paredes y objetos buscando una atmósfera neutra y de sosiego visual. En particular, destaca un tono rojizo que evoca las canteras del Rosellón, situada en los alrededores. También predominan las cerámicas de Florence Lucchini y los cojines de la diseñadora textil Raphaële Malbec, junto a otras piezas procedentes de mercados de antigüedades provenzales, combinadas con algunos muebles de una línea más contemporánea. Loza vidriada, coronas vegetales de Luce Monnier, fotografías de Arlés de Jean Marques, bodegones de Simão César en muchas de las habitaciones y en el café, complementan los interiores del hotel Capelongue.
Las sillas provenzales de éditions Midi juegan un papel muy importante en el mobiliario, son las que potencian la calidez en el interior. Tras un periplo de más de un año por la Provenza, Jérémie du Chaffaut, el alma de esta firma, decide asociarse con artesanos poco comunes que desean trabajar nuevas formas y llevar más lejos su saber hacer: un ceramista cerca de Aix-en-Provence, hijo y nieto de alfareros y el último chaisier de Camarga, ebanista de quinta generación. De estas sinergias nacen muebles y objetos, piezas únicas que cuentan la historia de otro tipo de lujo, basado en la calma y en pararse a mirar alrededor. Como el banco El Radassié (radassa, que en provenzal significa “holgazanear”), una verdadera oda al descanso.
Las vistas fueron otra de las inspiraciones
Hay un detalle del hotel Capelongue que difícil es que pase desapercibido. Nada más acceder a los dormitorios de la planta baja, lo que se observa es que sus interiores dejan que el esplendor botánico sea una parte más de la estancia. ¿El motivo? Era imprescindible preservar la vegetación existente pero, al mismo tiempo, había que darle un toque más moderno al entorno. Cosa que por otro lado se ve en la piscina Riviera del complejo, la cual se ha emplazado en una llanura más baja con tumbonas e inmejorables vistas de las montañas. Todo, a través de un paisajismo que corre a cargo del Atelier Lamarck de París, que jugó con distintas especies como robles, plátanos, pistachos y almendros, jazmín, romero. Y por supuesto la lavanda.
El complejo, es más, juega con los vestigios de su pasado agrícola, las viñas, la huerta… y evoca la historia de la región. Esa a la que, en el siglo XVII, buena parte de la burguesía parisina decidió acudir huyendo de la capital, a casas de campo de gruesos muros de piedra rodeadas de viñedos, olivos y árboles frutales. Hoy, del huerto y el jardín se recogen materias primas que acaban componiendo los ingredientes de delicados postres en el restaurante del hotel Capelongue, laureado con una estrella Michelin.
De nuevo, en él el espacio interior se fusiona con el exterior a través de enormes ventanales. La madera, el mimbre y la cerámica vuelven a ser los grandes protagonistas, destacando la vajilla de cerámica de Buisson Kessler, un taller artesanal con sede en Apt, en el Luberon, fundado en 1980 por Françoise Buisson. En el exterior, mesas escondidas se reparten entre los jardines densamente plantados para comprobar, tanto a nivel de paladar como desde la vista propia, que esta región al sur de Francia va mucho más allá de los clichés por los que se ha hecho mundialmente conocida. Quien no lo crea también puede echar un vistazo las novelas de Provenza, que en el hotel están por todas partes, incluyendo a autores desde Pagnol a Bosco y de Mistral a Giono.