Pureza de antaño
Tal respeto se ve no solo porque hoy sigue intacta la fachada en zigzag pensada en su día para dar intimidad a las terrazas, retranqueadas y protegidas del sol mediante persianas verticales de madera. Sino porque, desde cada uno de los balcones, al posicionarse en ellos, uno siente lo mismo que Coderch planteó. Es decir, la sensación de estar en un verdadero mirador al mar Mediterráneo. Tal percepción también se aprecia en la piscina que figura en este cinco estrellas. O en la otra sky pool que se extiende, junto a la cala exclusiva del complejo, a lo largo y ancho del jardín casi idéntico al que el paisajista Nicolau Maria Rubió i Tudurí, uno de los principales exponentes del Novecentismo, planificó allí mismo en los años 60. Por cierto, con la misma visión y delicadeza con las que él erigió los jardines del Palacio Real de Pedralbes o los del Turó Park, ambos en Barcelona.
En 2023 pinos locales no faltan. Tampoco muchas palmeras de la zona y un despliegue de camas balinesas que ofrecen una dosis extra de relajación, por si alguien no ha descansado lo suficiente en cualquiera de las 137 habitaciones y suites que presiden el Hotel de Mar. Entre baños de mármol, sofás esculturales (con el formato bajo que triunfaba en los 60), mobiliario de una madera exacta a la de la fachada, y accesorios de cristalería fina y teñida que, a medida que la luz del sol inunda los dormitorios, generan sobre superficies una gran variedad de sombras de muchísimas tonalidades.
Con toques sesenteros, las habitaciones del complejo apuestan por el cuidado máximo con materiales artesanales.
Muchos de los dormitorios vienen acompañados, en la pared, de imágenes históricas de este edificio proyectado por José Antonio Coderch.
¿Y qué hay de los espacios gastronómicos?
Por supuesto, varias son las opciones que contempla el edificio. Desde el lobby bar Amaro ubicado en el corazón del hotel, y en el que se revive el espíritu glamuroso de finales de los años 50. Al espacio Perseo en la terraza. O el Bardot en la zona de la piscina, cuyas recetas trasladan a los huéspedes a aquella vida hedonista y aspiracional que se reflejaba en las fotografías de Brigitte Bardot en la playa. Aunque, tal vez, la joya de la corona resida en el restaurante Arrels de la chef mallorquina Marga Coll, donde ella traslada aquí mismo su filosofía del mercado a la mesa con toques vanguardistas y de alta cocina.
Ya sea en un desayuno nada más empezar el día, conformado ni más ni menos que por cinco pasos (mucho ojo a los guiños tradicionales como el pa negre crujiente y el cocarrois). O en cenas personalizadas que se extienden hasta los siete platos, perfectos para dar por concluido un día de máxima paz. No sin antes haber disfrutado de un pequeño momento de lectura en la cama, junto a la cálida luz que confieren las lámparas de las habitaciones. Mención especial merecen las luminarias del lobby, firmadas por el mítico diseñador Miguel Milá. De hecho, son las mismas que poblaron este hotel cuando, una vez finalizada la obra original, el arquitecto Coderch le encargó su decoración íntegra al gran dúo conformado por Federico Correa y Alfonso Milá.
* Para más información, visita granmelia.com
Además de las persianas laterales de madera, cada terraza se reviste con azulejos artesanales y butacas para poder disfrutar del mirador de Coderch.