El segundo salón de esta vivienda cuenta con sofá de Blasco y lámpara francesa de 1969 en latón, piel y pantalla de seda salvaje. La butaca del fondo, de piel de oveja, es de Fritz Hansen años 50, mientras que las cortinas, la alfombra y los almohadones son ad hoc. En portada, el primer salón con pareja de butacas años 60, de Fratelli Saporiti, en terciopelo verde.

Segundo salón acompañado por mesa alemana de roble de Nathan Lindberg, sofá de Blasco y pareja de sillones daneses años 50, en piel de oveja, de Fritz Hansen.
Otra vista del segundo salón con el comedor al fondo.


En el comedor de esta vivienda en el centro de Madrid, sillas con estructura de nogal oscurecido y tapizadas en lino por Bassam Fellows. La mesa, de microcemento, es diseño de Iker Ochotorena y su estudio OOAA.
Teniendo en cuenta la ubicación, lógico es que la búsqueda de la casa costara lo suyo. “Dar con pisos así en Madrid es casi imposible, al menos mirando al Retiro”, reconoce el donostiarra. “Cuando te pones no hay nada, y lo poco que encuentras son viviendas que siempre tienen una rareza u otra”. Pero hubo suerte y al final descubrieron algo que sí era rescatable: la joya por pulir se encontraba en un edificio que, pese a sus hechuras clásicas, estaba datado de los años 70. ¿La pega? El apartamento no tenía terraza, que era en verdad la petición máxima del cliente, aunque sus vistas al gran parque madrileño equilibraron la balanza. Así como las virtudes del interior, en esquina y con más de 350 metros cuadrados.
Vuelta a empezar
Durante el año completo que duró la reforma, eso sí, hizo falta deshacerse de la tabiquería al completo, y por la misma razón de siempre: los pasillos larguísimos que tanto abundaban desde principios del XX en España para dar lugar a una sucesión de estancias muy compartimentadas, como respuesta a las familias numerosas de antes. Esas que apenas existen actualmente, y entre las que tampoco se encuentra la del propietario en cuestión. “Son una pareja sin hijos”, subraya Iker Ochotorena, “de modo que no querían una casa para vivir con niños, sino para recibir a gente y hacer cenas”.
El reflejo de un modo de vida así se plasma hoy en la distribución. Tanto en el número de dormitorios, uno principal y dos de invitados, como en la retícula de la zona social, presidida en gran parte por la cocina, la cual aparece colocada en la fachada delantera de la vivienda. “No la llevamos a la parte posterior porque, así, evitamos de nuevo pasillos y recorridos”, informa él. “Ahora, por ejemplo, a través de la cocina se llega al dormitorio principal. Lo que ocurre es que la hemos vestidos de tal forma que, al pasar por ella, uno no tiene la sensación de circular por una cocina como tal”. De hecho, es que se vistió con una monumental isla de mármol Travertino, acompañada por taburetes de nogal y el mismo mortero de cal en las paredes que se observa en el resto de la casa. Pocos indicios hay de que ahí se preparan desayunos, comidas y cenas.

Perspectiva del comedor desde la cocina. Los estores se confeccionaron a medida en lino.
La cocina, diseñada por Iker Ochotorena, se revela con taburetes con estructura de madera de nogal oscurecida, tapizados en piel por Bassam Fellows.


Detalle de la encimera del estudio OOAA en mármol Travertino gris.
Contraste como fundamento y concepto
La sensación aséptica que genera el proyecto de Iker Ochotorena al observarlo en fotos, en realidad, se suaviza nada más verlo en el plano detalle. Porque la paleta de grises del ambiente convive con techos de una madera de roble blanquecina muy cálidos, junto a suelos de piedra caliza casi blanca que también están presentes en las cuatro transiciones de la vivienda. Son los pasos de una estancia a otra que el arquitecto aprovechó para albergar en ellos el almacenaje, como la despensa o el vestidor, bajo la idea de que la división entre usos no fuera un tabique de escasos centímetros, la solución más habitual, sino una especie de vacíos que hacen que las transiciones no sean tan directas. Ni tan obvias.
Así luce el dormitorio principal. Mesa de noche, a modo de escritorio, con cajones a medida. Silla Osaka de Emiel Veranneman para el pabellón de la Expo de 1970 en Osaka, Japón. Lámpara de pie años 90 de Tommaso Cimini y luminaria de mesa francesa años 60, de André Cazenave.
Con tal medida la sorpresa de los invitados, pues, está servida. Especialmente para quienes tras recorrer este piso acaben en su punto clave, una habitación que para el cliente debía ser de las más relevantes. Se trata de la zona del despacho, enfrentado al Retiro, el cual se aprecia desde unos generosos ventanales dándole a uno la sensación de estar metido en un refugio o una cabaña revestida, en este caso, de una madera de roble que impacta bastante por su efecto ahumado.
“El despacho cambia por completo la experiencia del resto del interiorismo”, concluye el autor. “Es el que le da a la casa su mayor acento de color”. Y también esa chispa sutil con la que el donostiarra ha logrado que su último proyecto, de la mano del mobiliario, resulte totalmente ajeno a su contexto. El apartamento perfectamente podría estar en París, como también en los edificios circundantes al Central Park de Nueva York. Pero está en Madrid y lo hace sin necesidad, ahí la clave, de caer o acomodarse en los códigos señoriales y castellanos que a veces tanto abundan en la capital española.