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Fotografía: Manolo Yllera
Interiorismo: Serge Castella

Sobriedad en estado puro: lo último de Serge Castella es una masía payesa del XVIII

El anticuario e interiorista francés se ha mudado de casa. Ha restaurado una masía en el Empordá con su credo de que la sencillez es la madre de la sofisticación y la ha decorado con piezas populares y exquisiteces de diseño.

Fue un reto, una mirada al pasado y una concienzuda labor de restauración que pudo hacerse en poco más de medio año gracias a las dotes estéticas (y también, por qué no, de mando) del francés Serge Castella. “Ha sido mi primera masía”, nos confiesa el nuevo propietario de esta casa rústica salpicada con arte contemporáneo en el Empordá. Castella y su marido, Jason Flinn, ya se han instalado en ella. Aunque durante las obras se mudaron al pabellón de invitados adyacente (que transformaron y recuperaron primero) mientras observaban cómo la construcción se iba desnudando y cobrando nueva vida. “Fue difícil. Nunca me había topado con un proyecto como éste, en el que cambiar la carpintería, la fontanería y la electricidad eran tareas muy delicadas y trabajosas por los muros de piedra, tan gruesos y viejos”, recuerda.

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Sobre una consola proveniente de la icónica Villa Kérylos, lámpara Cocoon de Jacques Darbaud y mesa de centro de Maria Pergay. Al fondo, en el despacho, mesa de los 60 de André Sornay, aplique de Jean Prouvé y alfombra de la colección Frank Lloyd Wright de BSB.

La fachada de piedra del edificio es de finales del XVIII y principios del XIX y fue respetada por Castella.

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Serge Castella y Jason Flinn con sus perras Amy y Paris. En portada, el salón en el que se puede ver la estructura decimonónica de la casa. Sofá de Roche Bobois años 70, chimenea de hierro años 60 adquirida por el interiorista en Bélgica, mesa de Pierre Sicre Saint Paul con escultura de Jordi Alcaraz y butaca TrePezzi de Franco Albini y Franca Helg para Cassina. Junto a la escalera, taburete de Rick Owens.

Y eso a pesar de que, aunque la masía estaba semiabandonada, “no la habían machacado demasiado, algo no tan usual en estos casos. Conservaba muchos elementos originales de finales del XVIII y principios del XIX, cuando fue levantada”, prosigue. Entre ellos, el espectacular suelo de barro de la planta baja, que define la cocina y la gigantesca entrada, y que el francés, que lleva instalado en la región catalana desde hace años y que es su base para sus proyectos por todo el mundo, conoce bien y trató con mimo para devolverlo a su estado primigenio. Más rosado, más lavado.

Reliquias déco

No es el único elemento que merece la pena ser destacado, porque esta construcción de 300 m2 y tres plantas simétricas lo tiene todo. Marcos de piedra típicos de la zona, ojivas con muchos años de historia y unas hechuras que Serge Castella ha respetado. “Me gusta trabajar sobre cajas sobrias y naturales, casi anodinas, pintadas de blanco en su mayoría, para ser más contundente en los objetos y en las obras de arte”. Así nos encontramos con espejos hechos con astas de ciervo traídos de Norteamérica (“se recogen del suelo, no se maltrata a los animales”, aclara) mezclados con la más exquisita cerámica y muebles europeos de Jean-Michel Frank o Maria Pergay, por poner solo dos ilustres ejemplos. O columnas romanas.

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Comedor con mesa y vasijas españolas del siglo XIX, silla francesa años 60 y faroles de hierro, en Serge Castella Interiors. Bajo la escalera, columnas y piedra romanas.

Para la cocina, con puertas de pino lavado, el interiorista encargó baldosas negras para la pared y la campana de Ceràmica Ferrés de La Bisbal. Platos de Mariscal.

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Comedor de la cocina, junto a la chimenea original, con mesa de travertino y roble, en Serge Castella Interiors, sillas de Jean-Michel Frank, en Ecart International, pintura de Yoyo Balagué, peces de Alberto Twose Pérez de Rada y candelabros franceses de los 60.

Sinceridad constructiva

En las tripas de la vivienda, en la planta baja, la cocina está diseñada a partir de unos azulejos de La Bisbal que, a petición del interiorista y contraviniendo la tradición amarilla, verde y azul típica de la manufactura, son negros. Los acompaña una alfombra de esparto diseñada en su estudio y fabricada en el Sur de España, “no en Filipinas o en otros países, sino bien hecha”, se ríe. En la primera planta, el gran salón central comparte espacio con un despacho y la habitación de invitados. “La chimenea la compramos en Bélgica. La firmó un arquitecto del país en los años 60. Me pareció más honesto que impostar una de imitación”.

La pareja se ha adjudicado el último nivel para un inmenso dormitorio de hechuras monacales flanqueado por un gimnasio y dos vestidores. “Conservamos el ascensor, que me viene genial para escaparme a buscar chocolate durante la noche. Pero tiramos una de las paredes de la escalera, que estaba tristemente encerrada en un pasillo de un metro de ancho. Reconozco que es algo peligroso pero le da un efecto muy arquitectónico que nos encanta. Eso sí, no es niños friendly”, recalca.

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Para su dormitorio, Serge Castella ha diseñado un módulo de obra rectangular encalado en el que se incrusta la cama y se prolonga ocupando toda la parte central del espacio. En la pared izquierda, óleo de gran formato de Paul Fägerskiöld y en la derecha, conejo de cerámica de Luis Vidal. Sobre el cabecero de obra, lámparas de Alfonso Milá  de los 60 y jarrón de porcelana Split-Rocker de Jeff Koons.

Fluidez entre siglos

Las ventanas se conservan tal cual. Y, aunque también necesitaron abrir nuevos huecos para aumentar la luz, Serge Castella los replicó a imagen y semejanza de los de origen. Así han logrado incrementar la sensación de apertura y las vistas a la naturaleza. La fachada de piedra se ha conservado con total literalidad. Es un monumento a la sobriedad que se funde con el paisaje. “Me apetecía retener ese aire de casa de familia. No quise introducir ningún material tipo acero corten, pero sí una distribución más contemporánea y generosa en la que vivir sin estrecheces. De la antigua estructura solo hemos sacado dos dormitorios, así que imagínate lo amplios que son los espacios”, comenta.

El arte, esporádico pero clave, es una mezcla de fotografía y pintura de los 60 y 70 sobre todo, francesa e italiana, aunque ha comprado algún retrato en la galería de Miquel Alzueta, buen amigo y vecino. Se ha dado el gusto de colocar un Pierre Székely en el salón. “El interior es una mezcla de muebles y estilos improbables, pues no me gusta limitarme a un solo periodo histórico. Esas reconstrucciones que se centran sólo en los siglos XX o XIX me resultan tan aburridas como los espacios totalmente modernos. Lo bueno de tener una cierta cultura es poder apreciar y combinar todo”. Para eso hay que tener la mano de Serge Castella. Y su ojo. No intenten (o quizá sí) hacerlo en casa.

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El lavabo de uno de los aseos, con espejo de cuernas años 30 comprado en Norteamérica y pica antigua de mármol.

Baño con espejos españoles del XVIII, armario catalán del XVII y, en el lavabo revestido de cemento gris, caja de corcho de Gabriella Crespi.

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Una de las puertas de la parte baja con la ojiva original de la masía del XVIII.