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Fotografía: Bacon Studio
Interiorismo: Borja Mas

Así es ‘La Caseta’, un tesoro de verano entre olivos en l’Ametlla de Mar

Rosa y Borja han encontrado su casa de verano perfecta a hora y media de su Barcelona natal, en un pueblo pesquero con mucho significado para ella. Ambos han logrado hacer del espacio un paraíso de calma y paz sin igual.

Desde que tiene uso de conciencia, los veranos de Rosa han gozado de un escenario muy particular: l’Ametlla de Mar, un pequeño pueblo pesquero cerca de Tarragona, donde el caos y la velocidad de la gran ciudad no tienen sentido. Ahí mismo, rodeado de miles de olivos, su marido Borja y ella han encontrado la casa ideal que han transformado a su gusto, en una medida muy especial para que tanto ellos como sus hijos, acompañados por los amigos y familiares de esta pareja, puedan sentir la paz y tomarse un respiro bien merecido de vez en cuando. 

En la casa, rodeada de un campo de olivos, se han respetado elementos originales como las vigas de madera.

El estuco de la pared y el suelo se difuminan y se unifican dando como resultado un conjunto minimalista.

Una tarea a dúo

Tras cuatro años de búsqueda entre almendros y olivos, la pareja finalmente encontró La Caseta y no la dejaron escapar. Ella, involucrada en el sector de la hostelería y él, arquitecto, no dudaron en trabajar mano a mano para crear, dentro de aquella volumetría que ya venía dada, un espacio que hablase sobre ellos mismos. “Es un proyecto de hace unos 25 años, y en comparación con otros de la zona, contaba con vigas de madera y una bóveda de cerámica tradicional. Fue algo que quisimos mantener porque aportaba mucha personalidad y atractivo”, cuenta Rosa. Ese equilibrio entre la arquitectura rústica y el carácter contemporáneo que ambos han plasmado en su casa otorga a La Caseta una armonía mediterránea muy fresca, y a la vez muy de hoy.

En el salón, al fondo, lámpara de sobremesa Sylvestrina de Santa & Cole y cesto grande de Marruecos. Al frente, mesa y baúl de madera compradas en el Mercat dels Encants de Barcelona.

Gran parte del mobiliario fijo, hecho de obra, aporta al espacio una sensación de estabilidad, calma y atemporalidad.

La cocina con muebles de obra. A la izquierda, mesa francesa rústica de Antrazita.

Fusión de estilos

Esa conversación entre tradición y modernidad está presente en toda la casa. El estuco clásico de la pared contrasta con el pavimento continuo, al igual que las pérgolas exteriores se decoran con el mimbre que se ha utilizado desde siempre. Quizás el mejor ejemplo del equilibrio entre lo rústico y lo minimalista está en los muebles de obra. El sofá en el salón, el banco exterior, las estanterías e incluso los muebles de la cocina forman parte de la estructura de manera fija y perenne. De hecho, el largo sofá de obra es el rincón preferido de la pareja: “Nos gusta mucho el momento sofá, el poder hacer una siesta con los niños. Además, está desescalado en la casa. Tiene unas dimensiones muy grandes para el tamaño del salón, por eso es en lo primero que se fija la gente”.

En la cocina, composición de platos cerámicos pintados de LRNCE.

Detalle de las escaleras que suben al segundo piso, donde se aprecia la fusión entre vanguardia y tradición.

Al fusionar el mobiliario y la propia casa en una sola unidad, los dueños aportaron detalles que ahora contrastan con la neutralidad del espacio, como el azulejo color mostaza en la encimera de la cocina. Con un pequeño matiz como este, el conjunto no cae en la uniformidad o en la monotonía. Algo que también pasa con la selección de piezas que se pueden encontrar a lo largo de la vivienda, de firmas y tiendas como Santa & Cole, la marca artesanal con sede en Marrakech LRNCE o la barcelonesa Antrazita, cuyos diseños a la vez brindan una buena dosis de dinamismo al espacio.

 

Un rincón especial

Aunque La Caseta está diseñada para los cuatro miembros de la familia, los amigos tienen un lugar especial a unos pocos metros del porche: una cisterna de agua que Rosa y Borja han convertido en punto de reuniones que se puede disfrutar a todas horas. Ellos mismos explican que “como ya había una plataforma para el agua que seguimos utilizando, hemos creado una zona de barbacoa donde celebrar comidas con amigos. Junto a los troncos y las cerámicas, hay una mesa larga donde, gracias a las pérgolas que nos protegen del sol, se puede estar durante todo el día”.

La pieza que más llama la atención ante los invitados es el sofá presidencial, con unas dimensiones muy grandes con respecto al tamaño del salón.

La elegancia de la casa reside en la sencillez, en este caso, alcanzada con unas sinceras sillas de madera.

Ya sea con amigos, con la familia al completo o en pareja, La Caseta es un amor de verano que vuelve cada año, y no exclusivamente en temporada estival. Una intervención que encuentra su belleza en la estabilidad entre el minimalismo contemporáneo y la tradición mediterránea. Tal vez lo único que le falte a la pareja es un pequeño barquito pesquero para explorar la costa catalana de l’Ametlla de Mar, pero eso es algo que tarde o temprano también llegará: “Este es un pueblo pesquero, y me he pasado todos los veranos de mi infancia aquí. De ahí vienen las ganas de tener una barquita”, admite Rosa. A lo que su marido añade que le da mucho respeto: “Pero a mí me da que al final la acabaremos adquiriendo”.

Tinaja antigua de Terra Cuita, en l’Ametlla de Mar. Al fondo, la zona de reuniones con amigos.

Las pérgolas y el mimbre tradicional permiten pasar el día al sol incluso en verano.

Este espacio separado nace de una cisterna de agua preexistente que a día de hoy se sigue utilizando.