Los elementos de madera siempre vienen en un tono chocolate, siendo estos de roble tintado para mantener la veta. En portada, uno de los reservados del local madrileño.
Entrada al restaurante Bao Li por la antigua plaza del Teatro de la Zarzuela, ahora llamada plaza de Teresa Berganza.
Como respaldo, Jean Porsche contaba con el grupo al que pertenece este restaurante, el China Crown, que quería hacer el mejor local de cocina cantonesa de Madrid. Lo cual implicaba destreza y especialmente gran conocimiento, a la altura del que adquirieron los hermanos en sus numerosos viajes. Ambos se dedicaron a recuperar antiguas recetas familiares, experimentando con ellas y con el producto de España para crear una cocina singular y moderna pero, también, inspirada en la tradición y en la historia. El Bao Li debía transmitir estos valores y a la vez constituirse como un lugar único con una gran carga de elementos.
No hay ubicación igual
El punto de partida consistía en elegir un lugar especial, uno que tuviera alma, y lo encontraron en el barrio de las Cortes justo detrás del Congreso de los Diputados. “El local son 400 metros cuadrados”, describe Jean Porsche. “Era una casa protegida adentro de un edificio del siglo XIX, lo cual suponía un problema porque los muros de carga no podíamos derribarlos. Y justo eran los que compartimentaban muchísimo la distribución”. En concreto, los muros de carga venían en sentido paralelo a la calle, dividiendo muy claramente los espacios e impidiendo aperturas de huecos o comunicaciones entre una zona y otra.
Una de las salitas del Bao Li separada visualmente gracias al empleo de celosías, de los elementos más característicos en el trabajo de Jean Porsche.
Antes de la intervención del estudio de Jean Porsche, el local llevaba cerrado más de dos años. “Era un sitio oscuro, sin gracia, con candilejas en todos los espacios y un suelo de madera rojiza que seguramente provenía de los años 90. No había nada que rescatar”. Con tal percal, poco se podría haber hecho de no haber estado el interiorista mexicano en el proyecto, quien tomó varias decisiones.
Ante los problemas, soluciones magistrales
La idea del Bao Li era que se plantease como una sucesión de espacios, cada uno con su propia personalidad y brindándole a los comensales una experiencia distinta. Se decidió enmoquetar el 80% del restaurante para tener una mejor acústica, y para uno de los salones, el rojo, se hizo un diseño de mosaico de madera donde, a partir de cuádralas italianas, un artesano en Madrid las tintó para poder darle ese color único. Por otro lado, algunas de las fosas de las candilejas se mantuvieron pero forrándose de madera o de papeles, otorgándoles así una nueva vida mucho más contemporánea.
“Algo que me caracteriza son las celosías”, puntualiza Jean Porsche. “En este restaurante se usaron en la entrada y en la zona de la chimenea, un comedor semiprivado con mosaicos de escayolas que, realizados por un artesano de Girona, se despliegan con motivos de peces a los Escher y también con caballos (en la zona del bar)”. Detalles como los que el autor menciona son los que se aprecian a lo largo de las dos plantas del Bao Li. “Pero el restaurante se desarrolla principalmente en la entreplanta, ya que a nivel de calle tan solo figura un pequeño hall-recibidor”. En el semisótano, puntualiza él, es donde se contempla la cocina y los baños.
Despliegue de buen gusto
Jean Porsche y su equipo tenían claro que querían crear un espacio con la influencia de los jarrones del China Blue. De ahí que adquirieran una abultada colección que les permitió decorar los distintos salones y también la entrada, generando una unidad a partir de elementos que se pudieran repetir. Además se buscaron bastantes piezas en anticuarios, otras se compraron en subastas en Suecia, Alemania y Bélgica. Los bufetes antiguos vienen por ejemplo del mercado de las pulgas de París. Y de la capital francesa, así como del Rastro de Madrid y otros de Portugal, provienen los apliques en cristal de Murano repartidos por todo el Bao Li.
En cuanto a los materiales, el mexicano los comparte uno a uno. “En los salones predominan las telas. Hay francesas de Nobilis, inglesas de Sanderson, otras de Maison Thevenon…”. No fallan los papeles pintados de estilo chino de Thibaut, otros de Maderao de seda, también de Nobilis, japoneses de Gancedo y hasta un diseño orgánico de Oberflex utilizado en este caso para los techos, el cual lleva un acabado dorado en conjunto con elementos de hojas y ramajes pegados al propio papel.
Tal mezcla de telas, terciopelos y otros elementos es un claro ejemplo de la inspiración de los protectorados que existían en Shanghái a principios del XX. Y aquí, en el restaurante de los hermanos María Li y Felipe Bao, se demuestra que pueden convivir en una armonía singular porque, por si fuera poco, adentro del local también reinan las molduras. “O los gueridones diseñados a medida por mí y las piedras naturales y sinterizadas de Neolith”, remata Jean Porsche, subrayando que el atrevimiento pasa a su vez por la paleta cromática. “El Bao Li está repleto de burdeos, terciopelos verdes, papeles naranjas y unos murales en amarillo mostaza”. En definitiva, el clásico imaginario oriental reinterpretado, por supuesto, con una visión que bien merece la pena una larga visita.