Vista de las galerías de las habitaciones desde uno de los patios. En portada, una de las suites del palauet.
El Palau Fugit de Girona permite a los huéspedes echar una larga tarde en uno de los patios interiores de su edificio original, contemplando la arquitectura al detalle.
Más de tres años han hecho falta para darle una segunda vida al Palau Fugit. “Ha ido madurando poco a poco, cocinándose a fuego lento”. Y eso se nota, también en palabras de Natali, porque ni un solo detalle del hotel chirría o cae en obviedades. “Supongo que eso era lo que buscaban los propietarios”, avanza la interiorista. “Al final hay muchos palacetes de este tipo en la zona mediterránea, pero este es especial”. Uno de los tantos motivos es que ninguna suite se parece a otra. Las del pabellón contiguo vienen con los tonos de la zona –el azul del mar y los cremas, beiges, tejas y marrones de la tierra y las fachadas-, aplicados mediante formas muy racionalistas y ortogonales que bien podrían recordar a arquitectos de la talla de Josep Lluís Sert o de Coderch.
¿Hallazgos del pasado?
Mientras, en las habitaciones del propio palau la curva se erige como norma, según Natali. “Hemos intentado mantener las bóvedas, que se ven incluso allá donde tuvimos que bajar los techos”. Se percibe además en el diseño del mobiliario, bastante carente de líneas rectas. “Hay una tipología de mueble que nos interesaba mucho porque ha desaparecido ya de nuestras vidas. Las nuevas generaciones no tenemos espacio en casa para meter tocadores, biombos o divanes”, añade ella. Por supuesto, tales piezas aparecen en muchas suites aunque reinterpretadas. Literal no hay nada: el diván pasa a ser un banco-sofá. El biombo no separa, puesto que se convierte en el propio cabecero de las camas, de mimbre y con una silueta curva, claro. Y el tocador, pese a tener aires de ese clásico de los vestidores de antaño, es un lavabo escultural hecho del material estrella del hotel. La piedra.
Con un lavabo así, efectivamente, en el Palau Fugit han hecho un guiño a las piedras que tanto abundan en el casco histórico de Girona, donde se emplaza el complejo. Pero es que aparte, siempre y cuando se ha podido, la piedra original se ha mantenido en la estructura del edificio, empezando por las fachadas, patios o en el mismo spa que es, para la interiorista, uno de los rincones más mágicos por el hecho de ubicarse en las antiguas bodegas. “Ahí consigues sentir de verdad la historia que tiene el palacete”, reconoce ella. También influye que el proyecto se haya concebido como una de esas gigantes casas habitada por generaciones y generaciones de una misma familia, y en la que han ido quedando elementos y joyas, algunas más antiguas, otras más contemporáneas, a la altura de la escultura de cerámica de casi tres metros de alto que hay en uno de los patios, a cargo del artista catalán Frederic Amat.

Otra de las habitaciones de Palau Fugit con los cabeceros curvos que reinterpretan los clásicos biombos.
Las chimeneas se han conservado en muchas de las habitaciones.


Así es el lavabo-tocador hecho de piedra que acompaña esta suite del hotel.
Vista de uno de los sofás, con ecos de un diván, que reproducen la curva insignia del proyecto.


Balcón de una de las habitaciones en el Palau Fugit.
Figuran en paralelo unos murales de Joana Santamans y piezas de barro creadas por Núria Gimbernat. O en las suites alfombras circulares con estampados de flores, las cuales subrayan el aura femenina que se le ha querido dar a buena parte del Palau Fugit –de ahí, por ejemplo, los tocadores-, al mismo tiempo que hacen referencia a Temps de Flors. Es el famoso festival de Girona que empezó en los años 50 y en el que cada año, todavía hoy en activo, las casas y patios se transforman en auténticos jardines. Tal y como a partir de ahora lo hará este hotel. Y exactamente igual que durante el siglo pasado, con total probabilidad, lo hizo esta reliquia arquitectónica en el corazón de la ciudad.