Mario Connio, de joven, con su carrera de arquitectura recién acabada (foto: cortesía Isabel Pedroso). En portada, salón de su casa Oriente donde destacan los amplios y cómodos sofás con fundas en loneta de rayas azules y verdes (foto: Ricardo Labougle).
Su gran obra maestra
En Marbella durante aquella época, Mario Connio vivía en una casita junto a la playa y fue el propio Parladé el que le descubrió La Viñuela, un terreno con una casa medio abandonada en Ronda que el uruguayo compró, convirtiéndola poco a poco en el hogar de su vida. En gran parte, porque quedó fascinado por aquel lugar. La finca era invisible desde el camino pero con impresionantes vistas hacia la serranía y al valle. La suya no era una casa de labor a pesar de encontrarse en pleno campo sino que, desde sus inicios, se había concebido como una villa de recreo, y su estructura de planta cuadrada con patio central así lo confirmaba.
El arquitecto-interiorista añadió a cada una de las alas de La Viñuela otro cuadrado perfecto, convirtiendo dos de ellos en porches y las otros dos en comedor y en dormitorio respectivamente. Cubrió el patio con una montera de cristal, cuyo vértice coincidía con el centro del cuadrado del que un surtidor manaba continuamente. Cuidó enormemente el interior y lo decoró con lo que de verdad le divertía. Pintó muros y fachadas con cal y pigmentos, algo muy andaluz, en azul añil y tonos típicos de la tierra, desde el verde brillante del comedor hasta el albero del patio.
El jardín de La Viñuela, en Ronda, lo trazó el mismo Mario Connio combinando agua y elementos simbólicos. Foto: cortesía Isabel Pedroso.
Así eran los invernaderos donde Connio cultivaba las flores, junto con macetas de barro y los estanques comunicados con borde de piedra. Foto: cortesía Isabel Pedroso.
En las paredes colgó obras de amigos suyos artistas, dedicados y realizados especialmente para él a veces a vuela pluma, e incorporó el jardín, cada año más bello, como parte del concepto de la casa. En ella todas las flores eran azules aunque cada una tenía sus periodos de floración en distintas épocas del año. Allí se veían glicinias, lirios, lavandas o agapantos que ofrecían ese contraste con el suave tono de la fachada y el agua que aparecía siempre en forma de estanques, fuentes o de un canal que le daba un aspecto mágico y especial a este lugar perdido.
Paisaje a su medida
Su estilo, sin embargo, era diferente en Uruguay. Allí se adaptaba al clima, a la orientación y al entorno y además se plegaba a los materiales y usos de cada zona. “Era un arquitecto completísimo y casi todas sus obras fueron casas particulares”, cuenta Patricia Torres, conocida como La Negra Torres, una interiorista uruguaya que colaboró y trabajó con él y al que considera su gurú. “Sus viviendas eran prácticas y funcionales pero con detalles preciosos, como la iluminación encastrada en los muros o su integración a la geografía, utilizando el color y los materiales para camuflarse en el entorno. La madera de teca, los estucados, las tierras de Jordania o Marruecos, con sus colores, la paja de quincho en los techos. Construía por módulos y la importancia que le daba a los volúmenes convertía los interiores en espectáculos”.
En Oriente, su casa en Punta del Este, Mario Connio probó otros estilos y materiales y, sobre todo, creó un paisaje. Sus casas desaparecían y se hacían invisibles por los colores que utilizaba. Foto: Ricardo Labougle.
La interiorista prosigue. “Siempre utilizaba en sus medidas múltiplos de tres o números impares y el 9 era su número favorito. En cuanto a los colores no utilizaba tonos fuertes tipo almagras. Eran más suaves y frescos e incorporaba el sonido del agua y el mismo jardín en sus decoraciones. Era súper refinado. Se adaptaba a los gustos de los clientes, pero nunca a las modas”. Mario Connio alzó varias casas en Punta del Este, Uruguay, y a la primera la llamó Oriente. El fotógrafo Ricardo Labougle cuenta cómo dinamizó esa zona animando a que compraran amigos españoles y uruguayos. Su última casa en la laguna José Ignacio, también en el país latinoamericano, la disfrutó hasta su fallecimiento, y Ricardo lo recuerda como un gran creador de paisajes.
Autor de paraísos
Oriente, aquella primera casa del uruguayo, también la define Torres como la de las mil sensaciones, las cuales atrapaban al visitante nada más entrar, pues lograba que se percibiera el olor justo a comida rica, la música elegida, la preciosa iluminación o las alfombras tan especiales que él mismo escogía. Se fijaba en la calidad, en que la terminación no rozara la pretensión, que todo quedara bien y que los colores se integraran con el exterior. “Si contemplas la costa desde el mar”, subraya Torres, “lo que destaca es la invisibilidad de sus casas. Lo logró con colores arena y tierra que se funden perfectamente con el paisaje”.
El arquitecto-interiorista aprendió a utilizar en Uruguay los techos de paja de quincho. Siempre elegía tonos naturales, nunca fuertes y, como le gustaba cocinar, daba gran importancia a las mesas. Foto: Ricardo Labougle.
Otra vista de su casa Oriente, hoy reformada por un nuevo propietario que ha mantenido sus elementos originales. Foto: Ricardo Labougle.
Su amiga Isabel Pedroso, también colaboradora suya y quien le ayudó interpretando sus ideas en las casas durante su última etapa profesional, afirma que las viviendas de Mario Connio eran un sueño, y que ella siempre lo consideró un verdadero mago. Recuerda cómo encontraba los sitios y los transformaba al completo, convirtiendo por ejemplo un pedregal bien orientado en un paraíso. Junto a Parladé hizo obras que le dieron fama, como las casas de Mario Conde o la de Julio Iglesias en Indian Creek, Florida. Pero de lo que estaba orgulloso especialmente era de sus casas de Punta del Este.
Pedroso ultima sus palabras definiendo al uruguayo como muy culto, gran lector, asistente a todas las exposiciones, “y al que le gustaba mucho terminar en el (bar madrileño) Cock. Era un gran viajero, le apasionaba la India y pasar los veranos en Italia”. En el año 2000, La Viñuela y Mario Connio cumplieron sus bodas de plata. 25 años en total de conocimiento y embrujo, transformación, crecimiento y compenetración, así como de una gran destreza en el oficio. ¿Acaso no existe un matrimonio más feliz que ese?
Uno de los dormitorios de Oriente con paredes en mortero de cal y tierra, cortinas y colchas con telas indias y lámpara de cerámica marroquí. Foto: Ricardo Labougle.
* Especial agradecimiento a Isabel Pedroso, María Inés Bervejillo, a La Negra Torres (Patricia Torres) y a Ricardo Labougle.