
Así es Fecundidad, el Monumento al Campesino que levantó César Manrique en Lanzarote (1971). Foto: Linus G. Jauslin.
Retrato del artista canario, durante los años 50, en su segunda casa de Madrid. Foto: Colección Alfonso de la Torre.


Escultura de Manrique diseñada en la segunda mitad de la década de los 50. En portada, el canario en el salón violeta de su casa de Taro de Tahiche (1971). Foto: Fundación César Manrique.
No era arquitecto. Tampoco fotógrafo, escritor ni interiorista, pero lo hizo todo desde su activismo cultural. Fue un pintor visionario que percibió los peligros de lo que iba a llegar: la posibilidad de que la especulación y la mala comunicación acabaran con la naturaleza de su querida tierra. César Manrique (1919-1992) nació en Arrecife y pasó su infancia disfrutando en libertad de una isla árida y salvaje. Su padre quería que fuera arquitecto, aunque a él lo que le gustaba era pintar y para nada las matemáticas, así que se marchó con una beca a estudiar Bellas Artes y Cine a Madrid. Fue allí donde conoció a toda la generación de artistas y arquitectos que iban a despuntar a finales del XX. Millares, Sempere, Fisac, Oiza, Muñoz, Saura y además conoce a Pepi Gómez, la que fue su gran compañera de vida.

Retrato del artista en su casa de Taro de Tahiche (1978). Foto: Linus G. Jauslin.
Fundiéndose con el paisaje circundante, su jardín de Taro de Tahiche era una de las tantas apuestas de César Manrique por la arquitectura respetuosa con el entorno (1978). Foto: Linus G. Jauslin.

En la capital española empezó a dedicarse a lo suyo, exponiendo en colectivas e individuales, y vivió en dos casas míticas que sorprendieron a la gente por su modernidad. En la primera, en la calle Rufino Blanco, ya esbozaba su estilo con una decoración muy blanca, muy escueta, aportando artesanía insular y vidrios soplados y todo con un toque muy canario. Años después pasó a ser vecino de Luis Escobar, lo fue al mudarse a un ático en la calle Covarrubias. Situado en una sexta planta, la decoración y el mobiliario llevaban su marca. Tenía hasta una discoteca y contaba también con una espaciosa terraza-jardín cuya iluminación surgía por detrás de unas gigantescas langostas que parecían trepar por las paredes.
Madrid, primeras casas
Para su casa, César Manrique diseñó telas, tapices, muebles, mosaicos y cerámicas en un alarde de vanguardia y sensibilidad decorativa. Creó lámparas con bidones llenos de agua teñida en los que la luz planteaba grandes contrastes, hierros que se arrugaban como un fleco para sostener pantallas luminosas, vigas negras contra paredes blancas, bibelots de hierro o porcelana. En las paredes combinaba materiales de todo tipo, cristal, madera, cemento, escayola. El que lo veía se quedaba embobado, y no era poca gente. El artista organizaba encuentros, exposiciones, hacía tertulias. Dio fiestas irrepetibles hasta de 400 invitados por las que pasaban desde Ramón Areces a la duquesa de Alba. Allí se mezclaban pintores con cantantes, empresarios con toreros y les ponía a bailar un twist con la música de Los Flaps. Era su ventana al mundo.

Fiesta en casa de Manrique (la de calle Covarrubias) a colación de la expo sin cuadros de Pepe Dámaso en el Ateneo de Madrid. En la imagen, entre otros, figuran detrás los integrantes del grupo Los Flaps y, delante, Pancho Cossío, Manrique y Pepe Dámaso. Foto: Colección Alfonso de la Torre.
Interiores del restaurante La Parrilla que decoró el artista en el Hotel Fénix. Colección: Alfonso de la Torre.


César Manrique junto a la escultura diseñada por él para el restaurante La Parrilla en Madrid. Foto: Colección Alfonso de la Torre.
Retrato del artista canario frente a la vivienda que le construyó en 1962 el arquitecto Fernando Higueras en Camorritos, Madrid. Foto: Colección Alfonso de la Torre.

Interiores incipientes
A César Manrique, por aquel entonces, ya le empezaron a encargar proyectos de interiorismo, ambientaciones y acondicionamientos de espacios públicos como unos murales para el Hotel Castellana Hilton de los Feduchi, proyectos para Agroman, la constructora Huarte o para Paradores. Algunas sedes de bancos y oficinas. O la decoración integra del restaurante La Parrilla del madrileño Hotel Fénix. Participó en un concurso de estampados en telas para Willi Wakonigg de Gastón y Daniela, llevándose el tercer premio, y junto a seis grandes artistas del mundo abstracto realizó para El Corte Inglés de Preciados unas instalaciones con seis escaparates de lo más locos para acercar el mundo del arte al paseante. Él, de hecho, contaba que se medio escondía para escuchar los comentarios que hacía la gente.

Boceto de César Manrique de un estampado para la firma Gastón y Daniela (1953). Foto: Libro Universo Manrique.
Otro de los estampados de Gastón y Daniela ideado por el artista (1953). Foto: Libro Universo Manrique.


Mural del canario en la sede del Banco Guipuzcoano en Tolosa (1956). Foto: Colección Alfonso de la Torre del libro Universo Manrique.
El arquitecto Fernando Higueras le construyó en 1962 su casa ideal metida en un bosque en Camorritos, a las afueras de Madrid. Sin embargo nunca llegó a disfrutarla. Su mujer fallecería poco después de estrenarla y él, colapsado, se marchó a Nueva York una larga temporada invitado por un primo suyo y amigos. Allí descubrió otro mundo diferente. Lo hizo de la mano de su galerista Catherine Viviano, quien se ocupó de mover su obra y le permitió relacionarse con personajes estrafalarios, intelectuales, artistas y con todo el que pintaba algo en esos momentos. Andy Warhol, Waldo Balart, Mark Rothko, Jimmy Ernst o Frank Stella. Junto a ellos, César Manrique accedió al más alto nivel del arte en la ciudad.
Lanzarote, isla de ideas
Fascinado, el artista consideraba que había encontrado su sitio aunque, al percibirlo, se dio cuenta de que añoraba enormemente su vida antigua y su isla. Decide entonces que quiere volver. La marcha le evoca la nostalgia y le hace consolidar sus primeras ideas revolucionarias para Lanzarote. Todas esas epopeyas se las fue relatando en un tono divertido, apasionado y cada vez más suelto a su amigo del alma, su casi hermano Pepe Dámaso que vivía en Canarias. La que ambos mantenían era una relación epistolar de más de 500 cartas que, gracias al escritor Alfonso de la Torre, quien las está recogiendo y transcribiendo, pronto o tarde verán la luz.

El artista en el salón negro perteneciente a su vivienda de Taro de Tahiche (1978), la cual actúa hoy de fundación de César Manrique. Foto: Linus G. Jauslin.
La casa que César Manrique tenía en la isla de Lanzarote contaba con taller propio, desde donde justo se tomó este retrato (1984). Foto: Linus G. Jauslin.


Jardín en la casa de Taro de Tahiche (1978). Foto: Linus G. Jauslin.
Tras su vuelta a Lanzarote en el 64 empezó su gran revolución. Desde allí creará las pinturas, murales y esculturas por las que hoy se le conoce, aparte de por su lucha por preservar la naturaleza de las Canarias. En el 74 esbozó el libro Lanzarote. Arquitectura Inédita (reeditado en 2019) con cientos de fotografías tomadas por Francisco Rojas Fariña y por él mismo que analizaban la arquitectura popular, una auténtica guía en la que orientaba a los profesionales del sector a la hora de respetar y mantener elementos propios de la isla. Tal y como César Manrique hizo en lugares únicos como los Jameos del Agua, construido en el mayor tubo volcánico del mundo, donde diseñó una de las discotecas más peculiares.
“Reciclaba de forma natural”
Sorprendió también con el Mirador del Río en Lanzarote, el Museo Internacional de Arte Contemporáneo en el Castillo de San José, su última casa en Haría o la primera del Taro de Tahiche construida sobre lava, hoy sede de su fundación homónima. La comisaria de arte y gran amiga suya, Carmensa de la Hoz, quien compartió nueve años de trabajo junto a él, define a César Manrique como un ser sofisticado, trabajador incansable y con un impresionante don de gentes. “Introdujo la sostenibilidad cuando nadie sabía lo que significaba”, cuenta ella. “Reciclaba de forma natural. Las mesas y sillas de los Jameos eran maderas de barcos que se iban al desguace y la escultura al campesino, de 15 metros de altura, fue hecha con bidones vacíos y pintados de blanco”.

Otra perspectiva de su Monumento al Campesino, una especie de casa-museo que recorre la arquitectura, agricultura, artesanía y gastronomía de Lanzarote. Foto: Fundación César Manrique.
La Casa del Palmeral era la última vivienda que César Manrique proyectó para él mismo en Haría, un pueblo al norte de su isla. Foto: Fundación César Manrique.


Detalles de la fachada de la Casa del Campesino. Foto: Colección PEM.
La vivienda del artista en Tahiche recibía el nombre de la Casa del Volcán por los motivos que se aprecian en la imagen. Foto: Fundación César Manrique.

Según De la Hoz, César Manrique era también un cinéfilo empedernido. “Tenía una sala de cine en su casa de Tahiche con tumbonas y mantitas y los fines de semana comenzaban al grito de “¿Garbo o Bette Davis?”, recuerda la comisaria. “No seguía la moda en absoluto. Odiaba vestirse con corbata y solo se la ponía en casos extremos”.
Ávido seductor
Sus prendas preferidas eran las chaquetas hindúes o tailandesas bordadas con hilo de oro. “Era muy sofisticado y refinado y se cuidaba el cuerpo como un atleta. El siempre decía que si midiera cinco centímetros más sería, seguro, irresistible”, concluye. “Le gustaba provocar y escandalizar un poquito a la sociedad de entonces”. Cosa que el artista hizo no solo con su vida. También, y a la vista queda, con una obra que hoy, treinta años después de la muerte de su autor, sigue siendo igual de moderna y revolucionaria que desde el primer día.

Retrato de César Manrique en el salón naranja y la biblioteca de su casa de Tahiche (1984). Foto: Linus G. Jauslin.
El artista durante el desarrollo de una de sus obras (1984). Foto: Linus G. Jauslin.


César Manrique con su perro Taro, a la izquierda, en su casa de Tahiche (1975). Foto: Fundación César Manrique.
* Especial agradecimiento a Carmensa de la Hoz, Javier Caballero, Linus G. Jauslin, Alfonso de la Torre, Fundación César Manrique y Francisco Rojas.