Peana de María Santos y busto y espejo, en Bingutti. En portada, uno de los salones con pintura de Juan Genovés y sofá a medida de Studio Bañón. Mesas de centro, lámparas de Carina Casanovas y auxiliares de latón de Judith San Quintín. Butacas vintage, en Bingutti, como la lámpara de techo.
Al acceder a esta vivienda en un edificio de Secundino Zuazo, gran entrada con mesa diseño de Estudio María Santos, lámpara de araña de la dueña y, en la pared, grabados de La Fábrica de Hielo.
No es un bloque cualquiera
“El edificio es de principios del siglo XX. Lo proyectó el arquitecto bilbaíno, autor de muchas de las construcciones más conocidas de la capital. Y por suerte”, explica María, “se habían conservado varios de sus elementos originales, como las preciosas puertas correderas del salón o el pasillo. Fue lo que más me gustó de la vivienda nada más entrar”. La interiorista preservó la distribución primigenia: una generosa entrada seguida por dos salones contiguos, cuatro dormitorios con sus baños y, al fondo, una cocina con su zona de servicio cerrando el diseño.
“Así son casi todas las viviendas del barrio de esa época y decidimos mantener el esquema para mantener los arcos y zonas de paso que le dan el tono y son la esencia del piso. Tiramos solo un tabique, en uno de los dormitorios infantiles”, sigue la decoradora. “Mantuvimos también la idea del estuco aunque, eso sí, bajando mucho los colores, que son terrosos, amarillos, muy cálidos. Huimos de los grises, nos inspiramos en el suelo crema de la entrada, también de principios del XX, para homogeneizar la vivienda”. Las paredes y techos debían quedar perfectos y encargaron el trabajo de estucado a la hermana de la antigua propietaria, una señora ya septuagenaria experta en estas lides que accedió a pintar a mano, junto a dos amigas suyas, la vivienda entera.
Sillón Platner de Knoll, en DomésticoShop, consolas de la dueña y espejos de Pierre Lottier, en Judith San Quintín.
Comedor acompañado por mesa, obra de María Santos, con jarrones azules de su estudio, sillas en Bingutti, óleo de Willy Ramos, chandelier de una subasta y apliques de La Fábrica de Hielo.
A la antigua usanza
Lo hicieron habitación por habitación, sin que entrase una mota de polvo. “Fue un trabajo artesanal de meses. Cerrábamos las estancias que estábamos reformando con pladur para aislar la labor de las señoras y que no se contaminase ni un centímetro de su trabajo”, dice María. Además, los baños fueron alicatados minuciosamente con la misma piedra del suelo pero en piezas de 10 x 10 centímetros colocadas a cartabón, “muy lentamente por dos equipos de buenos conocedores del oficio”, recuerda Santos. Los papeles pintados se reservaron para los aseos de los niños y entelaron el dormitorio principal para añadir textura y tacto al conjunto.
Tras la reforma, los materiales que ahora mandan son la madera y el mármol, sobre todo en la cocina, que transformaron completamente. “No podíamos hacerla excesivamente moderna, tenía que encajar, por eso priorizamos vitrinas, armarios modulares y un mármol muy clásico que no desvirtúan el resto de la decoración”, recalca Santos. Los muebles son una mezcla de creaciones de María (la mesa de comedor, por ejemplo), con otros que tenían en el estudio, como las butaquitas verdes o la mesita redonda de latón, y piezas que compraron aquí y allá (el sofá se encargó a Studio Bañón) o que la dueña adquiría por sorpresa.
Office con mesa de roble diseñada por Estudio María Santos, banco a medida por Studio Bañón, sillas, en Singular Market, dibujos de cigüeñas, en Carina Casanovas, y lámpara dorada antigua, en Bingutti. Al fondo, en la cocina, lámpara diseñada por el estudio de María.
Así es el dormitorio principal de esta casa en uno de los edificios de Secundino Zuazo en Madrid. Cabecero a medida por la interiorista, como el mueble vestidor. Mesitas en Judith San Quintín y apliques y lámpara antigua, en Bingutti.
Delicias déco
“La propietaria es muy inquieta, compradora compulsiva. De pronto aparecía con una lámpara de araña que colgamos en la entrada o unos pañuelos de Hermès, que decidimos enmarcar para dar un toque divertido y romper con la neutralidad cromática”, dice Santos. “Conseguí convencerla, además, para meter algún guiño al diseño y así colocar la butaca Platner de Knoll, que ofrece el contraste perfecto con el espíritu general más clásico”, añade, haciendo referencia a la estructura arquitectónica que en su día estableció Secundino Zuazo.
Pero, sin duda, uno de los grandes aciertos y el foco visual de la vivienda es la pintura del artista Juan Genovés que preside el salón. “Al principio habíamos montado en ese rincón un espejo antiguo y unos biombos, pero cuando la propietaria me enseñó lo que había encontrado en una subasta, a las que es aficionada, me pareció el elemento ideal para esa estancia”, remata la interiorista. El resultado, conseguido en menos de seis meses pero con mucha paciencia y saber hacer artesanal, es un espacio no recargado ni ostentoso. Aunque sí lo suficientemente mimado como para, claro está, no desmerecer los salones del Ritz con los que desde un principio soñaba su dueña.