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Fotografía: Montse Garriga
Interiorismo: María Santos

En clave clásica: así es la reforma de este piso en un edificio de Secundino Zuazo

Con maneras casi artesanales la interiorista María Santos ha convertido una vivienda con historia en Madrid en una caja estucada hecha, dice su dueña, “para presumir”.

La antigua propietaria de esta vivienda de más de 350 m2, ubicada en el barrio de Salamanca de Madrid, era coleccionista de arte barroco. Había pintado el piso de colores esmeralda y rojizos y llenado sus habitaciones y salones de piezas rococó y espejos antiguos. Los nuevos dueños, un matrimonio filipino con cuatro hijos ya adolescentes, buscaban “una casa que se pareciese al hotel Ritz de París”. O sea, un lugar ampuloso para recibir a amigos, pasar largas temporadas y “presumir”, en palabras de ella, de su refugio madrileño en un edificio del arquitecto Secundino Zuazo. La labor de María Santos y su estudio de interiorismo fue, pues, rebajar las marcas del pasado y las expectativas futuras para crear un lugar que epatase, sí, pero también que resultase luminoso, sosegado y contemporáneo.

Peana de María Santos y busto y espejo, en Bingutti. En portada, uno de los salones con pintura de Juan Genovés y sofá a medida de Studio Bañón. Mesas de centro, lámparas de Carina Casanovas y auxiliares de latón de Judith San Quintín. Butacas vintage, en Bingutti, como la lámpara de techo.

Al acceder a esta vivienda en un edificio de Secundino Zuazo, gran entrada con mesa diseño de Estudio María Santos, lámpara de araña de la dueña y, en la pared, grabados de La Fábrica de Hielo.

Este es el pasillo de la casa con los arcos y suelos originales. El secreter antiguo, en Bingutti.

No es un bloque cualquiera

“El edificio es de principios del siglo XX. Lo proyectó el arquitecto bilbaíno, autor de muchas de las construcciones más conocidas de la capital. Y por suerte”, explica María, “se habían conservado varios de sus elementos originales, como las preciosas puertas correderas del salón o el pasillo. Fue lo que más me gustó de la vivienda nada más entrar”. La interiorista preservó la distribución primigenia: una generosa entrada seguida por dos salones contiguos, cuatro dormitorios con sus baños y, al fondo, una cocina con su zona de servicio cerrando el diseño.

“Así son casi todas las viviendas del barrio de esa época y decidimos mantener el esquema para mantener los arcos y zonas de paso que le dan el tono y son la esencia del piso. Tiramos solo un tabique, en uno de los dormitorios infantiles”, sigue la decoradora. “Mantuvimos también la idea del estuco aunque, eso sí, bajando mucho los colores, que son terrosos, amarillos, muy cálidos. Huimos de los grises, nos inspiramos en el suelo crema de la entrada, también de principios del XX, para homogeneizar la vivienda”. Las paredes y techos debían quedar perfectos y encargaron el trabajo de estucado a la hermana de la antigua propietaria, una señora ya septuagenaria experta en estas lides que accedió a pintar a mano, junto a dos amigas suyas, la vivienda entera.

Sillón Platner de Knoll, en DomésticoShop, consolas de la dueña y espejos de Pierre Lottier, en Judith San Quintín.

Comedor acompañado por mesa, obra de María Santos, con jarrones azules de su estudio, sillas en Bingutti, óleo de Willy Ramos, chandelier de una subasta y apliques de La Fábrica de Hielo.

Tras el arco del salón, mesita, lámpara y sillas francesas, todo en Bingutti. Espejo con marco de roble de María Santos y pañuelos de Hermès enmarcados.

Vista del comedor de esta casa ubicada en uno de los grandes proyectos residenciales del arquitecto Secundino Zuazo.

A la antigua usanza

Lo hicieron habitación por habitación, sin que entrase una mota de polvo. “Fue un trabajo artesanal de meses. Cerrábamos las estancias que estábamos reformando con pladur para aislar la labor de las señoras y que no se contaminase ni un centímetro de su trabajo”, dice María. Además, los baños fueron alicatados minuciosamente con la misma piedra del suelo pero en piezas de 10 x 10 centímetros colocadas a cartabón, “muy lentamente por dos equipos de buenos conocedores del oficio”, recuerda Santos. Los papeles pintados se reservaron para los aseos de los niños y entelaron el dormitorio principal para añadir textura y tacto al conjunto.

Tras la reforma, los materiales que ahora mandan son la madera y el mármol, sobre todo en la cocina, que transformaron completamente. “No podíamos hacerla excesivamente moderna, tenía que encajar, por eso priorizamos vitrinas, armarios modulares y un mármol muy clásico que no desvirtúan el resto de la decoración”, recalca Santos. Los muebles son una mezcla de creaciones de María (la mesa de comedor, por ejemplo), con otros que tenían en el estudio, como las butaquitas verdes o la mesita redonda de latón, y piezas que compraron aquí y allá (el sofá se encargó a Studio Bañón) o que la dueña adquiría por sorpresa.

Office con mesa de roble diseñada por Estudio María Santos, banco a medida por Studio Bañón, sillas, en Singular Market, dibujos de cigüeñas, en Carina Casanovas, y lámpara dorada antigua, en Bingutti. Al fondo, en la cocina, lámpara diseñada por el estudio de María.

“No queríamos una cocina muy moderna y elegimos vitrinas y un mármol clásico”, explica Santos.

Escritorio diseño de la interiorista con butacas de Studio Bañón.

Así es el dormitorio principal de esta casa en uno de los edificios de Secundino Zuazo en Madrid. Cabecero a medida por la interiorista, como el mueble vestidor. Mesitas en Judith San Quintín y apliques y lámpara antigua, en Bingutti.

Uno de los baños vestido con espejo enmarcado en roble, por Estudio María Santos, papel pintado de Anna French y aplique, en Bingutti.

Delicias déco

“La propietaria es muy inquieta, compradora compulsiva. De pronto aparecía con una lámpara de araña que colgamos en la entrada o unos pañuelos de Hermès, que decidimos enmarcar para dar un toque divertido y romper con la neutralidad cromática”, dice Santos. “Conseguí convencerla, además, para meter algún guiño al diseño y así colocar la butaca Platner de Knoll, que ofrece el contraste perfecto con el espíritu general más clásico”, añade, haciendo referencia a la estructura arquitectónica que en su día estableció Secundino Zuazo.

Pero, sin duda, uno de los grandes aciertos y el foco visual de la vivienda es la pintura del artista Juan Genovés que preside el salón. “Al principio habíamos montado en ese rincón un espejo antiguo y unos biombos, pero cuando la propietaria me enseñó lo que había encontrado en una subasta, a las que es aficionada, me pareció el elemento ideal para esa estancia”, remata la interiorista. El resultado, conseguido en menos de seis meses pero con mucha paciencia y saber hacer artesanal, es un espacio no recargado ni ostentoso. Aunque sí lo suficientemente mimado como para, claro está, no desmerecer los salones del Ritz con los que desde un principio soñaba su dueña.

Otro de los salones de esta vivienda con mesa de centro de Anmoder, consolas de Ansorena y espejos de Pierre Lottier.

En uno de los pasillos, espejo de Ansorena.

María Santos, frente a la pintura de Genovés, en este piso que ha reformado preservando muchos de los detalles clásicos del arquitecto Secundino Zuazo.

Consolas de la anticuaria Beatriz Bálgoma de la mano de dos esculturales jarrones, en Bingutti.