Vista del comedor con mesa de Studio Silva Design, sillas en Instinto Home y, en el techo, papel de Anna French. En portada, el salón con sofá por Galán Sobrini, así como la alfombra fabricada por Kilombo Rugs. Cojines con tela Harlequín de Pepe Peñalver, butacas de los 50 de Federico Munari, mesitas auxiliares de piedra, en Los Modernos. Y, sobre la chimenea, acuarela de Maru Quiñonero, en Alzueta Gallery.
Salón con sofá de lino de Studio Bañón con cojín de Alhambra, lámpara de mimbre mallorquina y, sobre la mesa de latón, en Judith San Quintín, jarrones de Gaetano Pesce, en L.A. Studio. En la pared, óleos de Fernando de Ana, en Gärna Art Gallery.
La transformación debía ser radical, así que una isla en la cocina rotundamente amarilla o una alfombra psicodélica que parece tragarse el salón no solo no fueron propuestas rechazadas sino casi requisitos inevitables del lavado de cara integral. “Pudimos experimentar con materiales y tonos poderosos y tuvimos libertad para romper el interiorismo con ideas a las que otros clientes no se hubieran atrevido. Derribamos paredes y cambiamos la distribución, reduciéndola a dos dormitorios (el principal, en suite con vestidor), un salón-comedor, cocina y entrada con armarios. Además, le dimos la vuelta a todos los acabados, puertas, suelos y molduras”, desgranan las arquitectas.
Vuelta a empezar
En un primer piso con techos muy bajos, a las fundadoras de Galán Sobrini no les quedó más remedio que reconstruirlo todo en seis meses “muy acelerados de estrés productivo”, añaden. Normalmente su modus operandi es más calmado y estudiado, pero con una fecha tan ajustada improvisaron soluciones a veces sobre la marcha, in situ. “Eso nos dio flexibilidad y nos permitió ser más creativas”, constatan las autoras. Muchos muebles los diseñaron ellas y otros los compraron en Rue Vintage 74 o L.A. Studio. Para los mármoles de baños y cocina, así como para el espectacular suelo bicolor de la entrada, se trasladaron a una cantera en busca, de nuevo, de vetas diferentes que les aportasen el punto de color que buscaban.
“El vestidor lo pintamos de rosa palo y lo abrimos al enorme dormitorio en suite uniendo dos habitaciones”, explican. La locura se prolonga en los papeles pintados, una de las claves del interiorismo. “La dueña no los quería convencionales sino rompedores, así que recurrimos a los de Thibaut y a unas cortinas también muy potentes de Pierre Frey en el salón”, describen las arquitectas. En el comedor no quisieron recargar el suelo, pero a cambio en el estudio tapizaron el techo con un papel geométrico de Anna French que es casi un guiño óptico al pasado.
La armonía figura en el gran contraste
Ahora, cada habitación es impactante a su manera y los elementos de ruptura se equilibran con piezas más calmadas o igualmente transgresoras. Como el sofá naranja curvo que dibujaron las socias de Galán Sobrini. “Necesitábamos un reclamo visual fuerte en ese espacio, y diseñamos también la alfombra del salón junto a Kilombo Rugs. La chimenea a medida es de un material que se asimila al bronce”, remarcan. Diferente es por otra parte la palabra que mejor describe la cocina, con puertas a dos colores. “Ningún detalle es casual, todo está muy pensado y a la vez tiene un punto de improvisación”. El resultado es una explosión de color e imaginación, un estrés estético matissiano que sin embargo funciona a la perfección.