
El dormitorio principal de este piso del XIX contempla la pintura Mástil de Abraham Lacalle, en Veta Galería, apliques de Jules Wabbes, silla Cow Horn de Hans J. Wegner y, sobre un taburete, en IKB 191, lamparita de Gio Ponti para Arteluce. Colchas, índigo, de William Yeoward en Usera Usera, y gris de Lizzo en Pepe Peñalver. Los cojines ikat se han adquirido en Mestizo.
El baño principal, de mármol Onazo, con grifería de Cea Design. Taburete de Charlotte Perriand, óleo Portrait of Mouna de Huguette Caland y, en la bañera, escultura de gres de Ícaro Maiterena, en Tado. Flores de Aflore Mio.

“Hemos eliminado los pasillos interminables y unificado visualmente las alas pública y privada. Desde un lado, se ve el verde del otro”. Verde que han enfatizado con carpinterías esmeralda y mármol en color jade. El nexo de este piso del XIX, en el centro del corredor, es la enorme cocina B3 de Bulthaup seguida del comedor. Dos dormitorios extra y un baño se ubican también aquí. Otro elemento de continuidad lo marca el techo. “Hemos querido generar un efecto creando un horizonte con unas bóvedas que organizan todo el espacio. Entre unas y otras está el sistema de iluminación, así nada interrumpe. En los dormitorios y los baños, las bóvedas están revestidas del mismo roble del suelo, que proporciona intimidad. Me recuerda a los collages del americano Joseph Cornell, como pequeños mundos”, compara Colao.

La cocina, que es el nexo entre las dos alas, se ha diseñado con el sistema B3 de Bulthaup Claudio Coello en roble vertical chapado negro-gris y encimera de granito de una sola pieza. En la pared, acrílico Let a Thousand Flowers Bloom de Ayman Baalbaki en Veta Galería.
Otra de las piezas que integra la cocina es el neón You Make Me de Olivia Steele.

El lujo también está en los mínimos detalles
La base clásica del piso se ha subvertido con otros detalles sutiles pero que marcan la diferencia. Como el despiece del parqué de roble en espina de pez (“en forma de flecha y fuera de escala, más grande de lo normal. Nos molestamos en que coincidiese la punta justo con el punto medio de las bóvedas del techo”), el hecho de esconder los aparatos de aire acondicionado en los armarios, por lo que el frío sale de unas rendijas sobre estos. O elegir el mármol en despieces enormes cuyas juntas resultan invisibles (“muy de arquitecto, piedras enterizas que se metieron con grúa antes de poner las ventanas”, apunta Colao).
La puerta del baño de cortesía, enfrente de la cocina y camuflada en la pared revestida de este material, pesa nada menos que 400 kilos. Pero se abre con un dedo. “Todo el mineral es del mejor taller del mundo, Van Den Whege, en Bélgica, de una familia que lleva en esto generaciones. Viajan por todo el mundo, China, Irán, Grecia, Turquía, comprando las mejores piezas y las tratan con técnicas propias para lograr acabados de un lujo real, del que sabe”. Nada es casual ni estándar en este piso del XIX. Todo se sale de la norma y está lleno de códigos y señales.

En el comedor de este piso del XIX, mesa de madera de George Nakashima de finales de los 60, sillas de Carlo Ratti para Lissoni años 50, en IKB 191, y óleo La Sentencia de Matías Sánchez, en Veta Galería.
Otra perspectiva del comedor con lámpara Stella años 50 de Angelo Lelli para Arredoluce. Sobre la mesa, piezas de gres de Alejandro Martin, en Tado, y jarrón de Laon Pottery, en Pez, con ramas de Aflore Mio. En la pared que separa la cocina de este espacio, pintura A Fisherman de Louay Kayali.

No es un diseño cualquiera
El propietario, un cliente habitual también del showroom en el que Ursula y Jesús venden piezas de coleccionista, Schneider Colao, es un enamorado del racionalismo italiano. Unas butacas años 40 de Gio Ponti que no se editan con un trabajo en el respaldo de madera en forma de diamante han inspirado las puertas de los armarios tintadas “en ese verde que usaba Sottsass para sus piezas buenas de los 70”. O el estriado de la barra de bar y de la librería del salón principal, cuyo diseño parte del fuste de la columna que sostiene a Abraham Lincoln en su memorial de Washington.
En este caso, eso sí, la inspiración se hace a escala más reducida y “en un color caoba, para dar ese poso masculino, enfatizado por los sofás Camaleonda de cuero”. Si el contenedor es exquisito, lo que contiene no le va a la zaga. La mayoría de los muebles llevan la firma de grandes del diseño y son originales, “como el chandelier de Jules Wabbes del bar, una rareza. El dueño pedía, yo sugería y le íbamos buscando, y hemos terminado de esculpir su ADN por medio del interiorismo”.

En un dormitorio de invitados, sobre el cabecero, obras de Cristina Lama (dcha., y centro izda.), Matías Sánchez (arriba), Ayman Baalbaki (izda.) y Santiago Ydáñez (izda. abajo). Mesita y lámpara, ambas de mimbre, en Pez, y cojín bordado de Lindell & Co.