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Terraza de uno de los 10 apartamentos de los que dispone la Real Casa de la Moneda en Sevilla.

Tras una ardua reforma, la Real Casa de la Moneda permite visitar Sevilla desde el máximo lujo

Fotografía: Macarena Gross
Arquitectura: Javier Bethencourt y Álvaro Jiménez / Interiorismo: Mónica Benjumea (Kwanza Interiors)

No es un hotel pero fácilmente está a la altura de un clásico cinco estrellas, gracias al trabajo que durante casi tres años le ha devuelto la vida y el esplendor a este icónico edificio de la capital andaluza. Hoy amanece con 10 apartamentos en los que no falta detalle ni mimo alguno.

Su larga historia tiene la Real Casa de la Moneda especialmente desde el siglo XVI, quizá de las épocas más doradas de Sevilla. Por aquel entonces era el puerto al que llegaban las mercancías procedentes de las Indias, de las que la capital andaluza gozaba de su monopolio y control absoluto. De hecho, tal era el volumen de metales preciosos que traían los barcos que, en 1583, hubo que construir una Casa de la Moneda adicional en la que llegaron a trabajar hasta 200 empleados. El oro y la plata se descargaban en el puerto del Guadalquivir para luego trasladarse a las dependencias de seguridad de las Torres del Oro y de la Plata y, de ahí, a las dependencias de la Casa de la Moneda, donde se fundían y se acuñaban las monedas en cantidades enormes que luego tenían curso legal en toda Europa y en América.

Vista de la restaurada fachada principal, realizada en mortero de cal. A la Real Casa de la Moneda se accede a través del callejón interior que atraviesa todo el complejo. En portada, la terraza de uno de los 10 apartamentos con tumbonas de hierro y maceteros de barro, diseño de la decoradora.

Salón de otro de los apartamentos con mobiliario histórico de Sevilla, muros de fábrica al descubierto y ventanas protegidas por cortinas de lino y terciopelo.

Adentro de este mítico edificio, situado en la zona de las Atarazanas, cerca del río, los operarios vivían en sus distintas dependencias, por lo que se podía considerar una pequeña ciudad dentro de Sevilla. Fue ya en el XVIII cuando a la Real Casa de la Moneda se le añadió la gran portalada barroca del arquitecto Sebastián Van der Borcht y se le hicieron obras de acondicionamiento por los desperfectos que produjo el terremoto de Lisboa. Ahora bien, el problema vino a finales del XIX: el complejo dejó de funcionar, convirtiéndose en un espacio residencial que se abandonó en varias ocasiones. Quedó incluso derruido, hasta que en 2018 un fondo acometió su rehabilitación y su conversión en 10 apartamentos de uso turístico de alto nivel. 

Así es la portada barroca del XVIII que proyectó el arquitecto Sebastián Van der Borcht.

Vista de la trasera de la Real Casa de la Moneda, la cual comunica con la calle Habana. Viene con artesonados rehabilitados de madera del siglo XVI y parte de la pared de ladrillo que se ha dejado descubierta para que se vea el muro original.

En el apartamento número uno del complejo, el muro capuchino original se deja visto. El dosel, de lino y flecos, entra en juego con la banqueta tapizada en terciopelo.

En el zaguán, el suelo es de ladrillo a sardinel, una técnica árabe de la época. La maceta la firma Antonio Campos con las iniciales de la Real Casa de la Moneda, la silla proviene de La Fábrica de Hielo, los candelabros de un anticuario y el farol árabe, de Artesanía Salcedo.

Varios años de reforma

La obra de la Real Casa de la Moneda fue ardua y larga, tal y como cuentan los responsables del proyecto arquitectónico, un equipo enteramente sevillano formado por Javier Bethencourt Enríquez y Álvaro Jiménez del Cuvillo. El interiorismo se le encomendó al estudio Kwanza Interiors de Mónica Benjumea. De acuerdo a ellos hubo que rehacer sin apenas intervenir, pues había muchos elementos protegidos. Iniciaron las obras que duraron casi tres años, prolongados por la pandemia y porque Patrimonio no les quitaba ojo: “No se podía tocar la fachada”, informa Benjumea. “Había muros originales del XVI y anteriores, del Palacio Almohade. Tuvimos que rehacer cada centímetro y dejarlo en su forma inicial, mientras que adentro tratamos de respetar volúmenes y espacios de manera equilibrada”.  

La idea principal era mantener el alma de Sevilla en la nueva Real Casa de la Moneda. Que el huésped notara al despertarse dónde estaba. Que pudiera apreciar el barro, la forja, los muros con mortero de cal o la piedra de Sierra Elvira, dentro y fuera de cada uno de los apartamentos a los que además hubo que dotarles de todas las necesidades actuales, sin duda el principal reto y logro de este equipo de arquitectos e interiorista. “Al principio querían que las barandillas fueran de cristal, pero yo me empeñe en el hierro”, recuerda Benjumea. “Los suelos querían ponerlos de madera y luché por el barro, que aunque no es el de la época, por lo excesivamente trabajoso que resulta, conseguimos que unos artesanos malagueños nos hicieran una réplicas exactas con un tono algo blanquecino y que no requiere mucho mantenimiento”.

Rincón de un apartamento. Los suelos son de barro en espiga replicando el estilo original. Silla de madera y enea de Guadarte y dibujo de flamenca en la pared, de Jaime Abaurre.

Adentro de este apartamento de dos dormitorios, la mesita de noche, diseño de Benjumea, está hecha a medida por un herrero y marmolista. También ad hoc, los cabeceros son de terciopelo y la pantalla de la lámpara, de rafia y flecos.

En los apartamentos de la Real Casa de la Moneda en Sevilla abundan detalles como, por ejemplo, la Ménsula, los espejos de estrella y las figuras de anticuario, que hablan de lo local para que los huéspedes puedan sentirse en la ciudad. 

Las puertas de acceso a los 10 apartamentos están diseñadas por la decoradora con la estrella árabe. En la librería, vasijas antiguas árabes y algunos libros de Ediciones El Viso.

Rasgos señoriales aquí y allá

Sin duda, el de los suelos es una magnífica solución para un espacio que, al igual que un hotel, también está pensado para que tenga mucho trasiego, y con una decoración en la que de nuevo se ha tratado de que Sevilla estuviera muy presente. Las camas vienen con doseles hechos con mantones de manila. Las sillas son de enea (las típicas de la Feria), cada una con su color y con sus dibujos de campo. Los textiles casi todos se han resuelto mediante linos que dejan ver el revestimiento de las paredes, “pues tenemos que presumir del muro del siglo XVI que el lino no interrumpe”, asegura orgullosa la decoradora, quien a su vez ha añadido apliques de terciopelo a lo largo del complejo.

Cada uno de los apartamentos toma el nombre del tema de la colección de fotografías que se exhibe en sus paredes. En este caso, retratos de la comunidad gitana del siglo XIX a cargo de Clifford. La mesa es un diseño de Benjumea hecho a medida por un herrero.

Un comedor con frontal de papel pintado en temas de pájaros y flores. La mesa es diseño de la decoradora del proyecto, mientras que las sillas de madera y enea, las clásicas de la Feria de Sevilla, vienen pintadas por un artesano de la ciudad.

Sobre un sofá realizado a medida y tapizado en lino cuelga una fotografía de la Plaza de Toros de La Maestranza hecha por Robert Peters Napper.

Otro comedor de la Real Casa de la Moneda con muebles populares andaluces, como el armario pintado exhibiendo platos de cerámica y, al frente, la mesa camilla.

Los lavabos que pueden verse ahora son pilas de agua bendita de antiguas iglesias, y en los cuartos de baño los mármoles provienen de canteras andaluzas. En paralelo, los marcos de madera se han reconstruido en los balcones, barandillas, venecianas y contraventanas, todo con mucho mimo y de la mano siempre de artesanos locales. Es muy importante además la serie de fotografías que hay en cada apartamento, procedente de fotógrafos del siglo XIX como Charles Clifford o Robert P. Napper, entre otros, que vinieron a Sevilla y fotografiaron monumentos representativos. Son los que hoy dan nombre a cada uno de los apartamentos que conforman la actual Real Casa de la Moneda, incluyendo la Torre del Oro, la Plaza de Toros, el Archivo de Indias o la Casa de Pilatos.

Aseo de invitados con un lavabo de piedra y su grifo de latón. La pared es de mortero y la base donde se apoya el lavabo, de piedra de Sierra Elvira.

Vista de la recepción con una mesa cubierta por una pieza de terciopelo (una tela antigua de La Fábrica de Hielo) y rinconera pintada de Guadarte.

Un rincón en la entreplanta de uno de los apartamentos con un dibujo de Jaime Abaurre. En la biblioteca, vasijas antiguas árabes intercaladas con libros de Ediciones El Viso. La barandilla es de forja realizada por un artesano sevillano.

Idéntico a un hotel

Adentro no hay apartamento igual. Unos vienen con terraza, otros con piscina. Algunos disponen incluso de vistas a la Giralda, a la Torre del Oro o al Archivo de Indias, conformando un concepto de apartamento turístico único en la ciudad con recepcionista 24 horas, servicio de hotel con desayuno y posibilidades de cena mediante catering o cocinero. En la capital andaluza este sistema está funcionando muy bien para un determinado tipo de visitante, y poco tiene que envidiarle al mejor hotel de la ciudad, pues aquí el verdadero lujo supone el espacio en sí, la luz y sobre todo la reactivación de la zona. La mejor señal de ello es que en el barrio la gente ha vuelto a atravesar la manzana por los pasadizos que la recorren, y eso ha hecho que la Real Casa de la Moneda recupere por fin, en 2023, su mítico esplendor de antaño. 

El apartamento número ocho contempla vistas al Edificio Coliseo construido en 1931 por el arquitecto Antonio Gómez Millán.

Terraza del apartamento número seis, cuya piscina está hecha con piedra de Sierra Elvira. Las vistas las proyectó Javier Bethencourt hacia la Torre del Oro.