Tal detalle del caparazón del edificio se hace necesario para poder entender por qué cualquier proyecto que se adentrase en esta magnífica obra tenía que ser tan espectacular como el complejo en sí. Aparte, claro está, de respetar los parámetros existentes y poner en valor el trabajo de Nouvel. Cosa que ha hecho al pie de la letra en 2023 la diseñadora Laura González, el empresario Laurent de Gourcuff al mando del grupo Paris Society (muy clave en la industria hotelera francesa) y el actor y productor franco-marroquí Jamel Debbouze, los tres responsables del restaurante que hoy se aloja en el Instituto del Mundo Árabe. En resumen, un despliegue de auténtica fantasía oriental bajo el nombre Dar Mima.
Paraíso en las alturas
Para quien se pregunte de dónde proviene el título, Mima es el diminutivo cariñoso de Fátima, la madre de Jamel Debbouze, y Dar significa casa. “Si algún día pudiera regalarle algo a mi madre, ¡sería un restaurante! Y si tuviera que elegir un escenario, ¡sería sin duda el Institut du Monde Arabe!”. Es lo que el actor dijo en numerosas ocasiones porque, para él, significaba un verdadero sueño. Tenía una gran conexión con el edificio y su relación con Laurent de Gourcuff venía de largo, por lo que ambos no tardaron en ponerse de acuerdo cuando surgió la idea. Los dos también sabían que Laura González, muy vinculada a Paris Society, debía ser la figura que le diera forma al restaurante.
Según la interiorista, la idea era crear un pequeño paraíso en lo más alto del edificio. “En una de las antiguas lenguas persas, la palabra jardín (pairi-daeza) dio origen a la palabra paraíso”, señala ella, informando de que la pregunta inicial del proyecto tuvo que ver con cómo dar con ese paraíso en la azotea, y que fuera sexy, poético y romántico. “Además había que contrastar por completo con el aspecto general del edificio. No podía ser un pastiche, porque su arquitectura es súper poderosa e impresionante, así que nos separamos por completo de ella”.
La clave está en la minuciosidad
Ahora en Dar Mima, nada más abrir su puerta, las luces, los colores y los olores llevan a los comensales a Oriente. Incluido el jardín, donde se pueden encontrar naranjos, jazmines y mentas. “Hay muchos códigos del mundo árabe, pero no todo son arabescos. Alguna inspiración provino de otras regiones como India, el norte de África y el Mediterráneo”, defiende la diseñadora, quien trabajó con los comisarios del edificio a la hora de esbozar la alfombra que preside el local. “El patrón utilizado es una reinterpretación de la alfombra de El Cairo de 1500, la llamada alfombra Simonetti que se encuentra en el Metropolitan Museum of Art de Nueva York”.
Cuenta González que la geometría de esa alfombra se fusiona bastante bien con el edificio y con la fachada de Jean Nouvel, transmitiéndose a la vez a otros elementos del interior. Como la marquetería vertical de los pilares o los moucharabiés de metal, una tipología de ventanas árabes que se proyectan hacia el exterior. Adentro del Dar Mima, lo que se buscó es la máxima calidez. “Volvimos a repasar las geometrías de los moucharabiés, de forma que los aligeramos, agrandamos, cambiamos su escala y los convertimos en el panel de madera enrejado que hoy brinda intimidad al lugar, algo muy valorado en el mundo árabe”, apunta la interiorista.
Referencias constantes
“El trabajo en la entrada es significativo también. Cuando los invitados abren la puerta, es como llegar a un Riyad. Cuando bajas la cabeza, llegas a un lugar bañado de luz. Crea un atractivo contraste con la iluminación que forma parte de la arquitectura”. Las luces están diseñadas e inspiradas en los candelabros de las mezquitas, que normalmente son de metal pero aquí se trabajaron en yeso. También hay luminarias italianas inspiradas en el mundo morisco con un lado clásico poco convencional, objetos de cerámica encontrados y libros prestados por el Instituto. Por otro lado, las mesas en marquetería son los únicos muebles con piedra del proyecto. El mármol casi parece madera fosilizada o brasileña. Es, de hecho, la única piedra del Dar Mima que contrasta bastante con los palacios del mundo árabe. “Porque al fin y al cabo”, concluye González, “seguimos siendo parisinos”.