
La seña de identidad con la que William Sofield se ganó un nombre gira en torno al glamour norteamericano de los 90.
Para la tienda de Santa Eulalia, el arquitecto estadounidense integró muchos de los códigos de sus casas en los Hamptons de Nueva York.


Interior de Sofield para la firma de joyas y relojes Boucheron.
Sin pasar por alto lo más mínimo
El encargo de la tienda de Santa Eulalia lo aceptó además porque le gustaba la idea. “Y me redujo los honorarios, porque cuando yo los vi al principio me puse las manos a la cabeza, lo suyo era impagable”, según Sans. Llegados a un acuerdo, los catalanes hicieron su esfuerzo económico y el estadounidense se volcó en reconstruir los más de 2.000 m2 del edificio del Passeig de Gràcia que en 2009 se había demolido. Sofield lo hizo con su obsesión milimétrica de siempre, tratando de armar una tienda que aguantara una mirada atenta. Es decir, que cuanto más de cerca se observara, más detalles vieras en su interiorismo.
De ahí que el arquitecto proyectara los planos de detalle hasta de los zócalos, del perfil de la barandilla, los peldaños de la escalera o las molduras. Obligó a buscar a maestros yeseros, herreros, carpinteros. Mandó incluso confeccionar una mesa de 10 capas a un japonés experto en laca de Nueva York, que tardó ocho meses en rematarla. Lo recalca el propietario de Santa Eulalia: “La mesa, fíjate, está ahí puesta en la tienda y ni siquiera uno se da cuenta, pero le ocurre un poco lo mismo que a las perlas. Tiene oriente”.

Salita diseñada por Sofield en la tienda barcelonesa de Santa Eulalia.
En la planta de abajo del Passeig de Gràcia, la madera teñía (y sigue haciéndolo) la sección de camisería.


Escalera de roble preservada en la tienda insignia catalana, hoy presente todavía.
Espacio dedicado a la mujer en Santa Eulalia, obra del estadounidense.

Una extensa recopilación del pasado
Larga historia también tiene esta boutique inaugurada en 1944. Cuando la inicial tienda de Santa Eulalia en el Pla de la Boqueria, la de 1843, se quedó diminuta, la venta de tejidos y complementos para señora se trasladó en 1941 al número 60 del Passeig de Gràcia. La sastrería, camisería a medida y venta de accesorios de hombre pasaron al número 93. Hoy, este último es el único local de la compañía catalana que sobrevive y en su interior se recogen muchas de sus piezas legendarias, las cuales se guardaron en containers durante la obra de Sofield. Porque uno de sus retos fue el de unificar muebles de estilos dispares, hechos en épocas distintas, en un nuevo concepto que puede verse (y leerse) en la visita virtual a esta tienda que ofrece la web de Santa Eulalia.
Casi toda la decoración se detalla en la visita. Desde el logotipo art déco de la fachada (el que aparecía en la invitación al primer desfile de Alta Costura de la casa) hasta las farolas, escaparates, puertas y tiradores de latón rescatados de otras tiendas antiguas. Adentro, el estadounidense pintó a mano unos dibujos florales en la sección de perfumería, envejecidos con pan de plata y té, e incluyó la mítica escalera de roble que baja a la planta menos uno. Está repleta de las estanterías que había en los almacenes parisinos de las Galeries Lafayette. Tiene además una muestra de los patrones históricos de la sección de sastrería y una ventana desde la que se puede contemplar a los sastres cortando los trajes bajo demanda.

Espacio presidencial en la boutique de Santa Eulalia en el número 60 del Passeig de Gràcia.
La primera tienda del negociado barcelonés se encontraba en el Pla de la Boqueria.


Fachada de la tienda de Santa Eulalia en Passeig de Gràcia 93, durante la década de los 60.
Este era el aspecto que lucían los interiores de la actual boutique catalana en los años 40, nada más abrir.

Sobrevivir ya es un acto valiente de por sí
Debido a una avería, en los 60 la mujer de Franco se quedó encerrada en el ascensor de esta tienda de Santa Eulalia, de cuya cabina aún se guardan restos restaurados en el elevador actual. Figuran a su vez muchísimos carteles que diseñaron para la empresa en los años 20 y 30 los ilustradores José Luis Rey y Henry Ballesteros, dispuestos por los pasillos en una distribución que el arquitecto estadounidense trazó al estilo de un establecimiento de Ikea en versión lujo. “No es fácil en una tienda tan grande que haya sensación de privacidad, pero Sofield sí lo consiguió”, defiende Sans: “Aquí se fueron diseñando pequeñas salas de forma que, aunque haya mucha gente, el cliente sienta que está a solas con el dependiente”.
La tienda de Santa Eulalia volvió a reformarse en 2020 aprovechando que en Barcelona turistas no había. Sofield, de nuevo al mando, amplió la zapatería y a la zona de sastrería le restó tamaño e importancia. Algo que también ha ocurrido con los almacenes multimarca alrededor del mundo y de lo que Luis Sans no solo es consciente, lo reconoce en público diciendo que un negocio así, en 2022, es un poco como nadar a contracorriente. “No sé si compensa, pero es a lo que me he dedicado toda mi vida. A los 22 años acabé aquí (su padre falleció de manera repentina), y lo que me tocó lo he intentado hacer lo mejor que he podido”, concluye: “La prueba es que estoy metido en este barco, y el barco sigue navegando”.
Cartel elaborado para la casa por Joan Peradejordi en el verano de 1927.


Escaparate en latón en la actual boutique de Santa Eulalia.

La temporada veraniega de 1931 en Santa Eulalia se ilustró con una obra de José Luis Rey Vila, más conocido como Sim.

El negociado catalán abrió su sede en Tánger en 1949, cuando la ciudad todavía era protectorado español.
Desfile de Alta Costura de Santa Eulalia en el Hotel Minzah de Tánger.
