Es una veinteañera atípica. En su Instagram nada de selfies ni cócteles, solo ella perdida en la lejanía de algún paraje arenoso, solitario, áspero, brutal. “Pasé parte de mi infancia en Cabo de Gata y, últimamente, he ido mucho a Fuerteventura. Cuando viajo, visito sitios remotos, acantilados rocosos y cuevas secretas que nadie conoce, lugares que para mí son arquitectura”. Lo explica María Teresa García, una interiorista jienense que trabaja desde hace varios años en el estudio de Patricia Bustos. Visto lo anterior, no es de extrañar que cuando tuvo que hacerse su piso en Madrid, en el barrio de Chamberí, el proyecto girara en torno a la idea del desierto. “Tenía entonces un libro, Living in the Desert de Phaidon, que fue clave para desarrollarlo. Quise que fuera mi paisaje doméstico”.
Este piso castizo de 120 m2, en un inmueble en Madrid hecho de ladrillo y datado de 1913, parece ahora una fantasía sacada del metaverso. Paredes, suelos, techos, puertas de armarios, incluso lavabos. Todo se ha revestido con Mortex de una tonalidad cremosa, creando el espejismo de un horizonte continuo, pétreo y difuminado. “He buscado una sensación orgánica, no hay esquinas sino cantos redondeados. Hasta el colchón los tiene, y solo he utilizado cuatro materiales para lograr una sensación de continuidad”. Además del citado cemento, azulejos artesanales y en dos tonos de ocre, en baños, cocina o enmarcando las ventanas balconeras. Un laminado con la veta muy marcada de la colección de Ettore Sottsass para Alpi como cabecero. También como salpicadero o moldura, y mármol travertino con los bordes sin pulir, ásperos y rugosos, en encimeras o estanterías.

El salón se comunica con el comedor por medio de una serie de arcos que ocultan los pilares de madera. Butaca Krokus de Lennart Bender años 60, en Vintagitaly. Y alfombra inspirada en una duna, diseño de la interiorista y ejecutada por Santos Monteiro.
Cada rincón, un mundo en común
Rompiendo esa sensación de naturalidad, hay un elemento arquitectónico en este piso en Madrid que crea cierta belleza-extrañeza. Se trata de los arcos asimétricos que separan el estar del comedor y de los fogones. Uno de ellos es geminado y sin columna, “inspirado en los de la casa de Xavier Corberó”. Uno de sus nombres venerados junto con Fernando Higueras, Sáenz de Oiza, César Manrique, Ricardo Bofill y la ciudad utópica de Arcosanti en el desierto.
Como sucede en la mayoría de los pisos de esa época del barrio madrileño, solo hay tres huecos a la calle, el resto de estancias dan a un pequeño patio. “A la parte exterior la llamo el desierto, allí está la vida, el sol, y la componen el salón-comedor y la cocina. A la interior la he bautizado como la cueva, privada y oscura, que corresponde con los dos dormitorios y los baños. El pasillo es como un túnel que te conduce a las habitaciones con cierto surrealismo por su forma e iluminación integrada”.
La interiorista dice que ha diseñado muchos de los elementos para que encajasen con la idea que tenía en la cabeza: cama, apliques y lámparas emergen en este piso en Madrid como formaciones minerales del suelo y la alfombra del salón está inspirada en una duna, con las tonalidades de la arena. Otros, comprados online, los ha tuneado para que encajaran en su naturaleza artificial. Y no ha escatimado en hacerse con diseño poco manido y con poderío. Como el sofá Sessan original de Gianfranco Fratini o el par de butacas Krokus de Lennart Bender. “Es un espacio vacío y de proporciones extrañas, como todo lo que me atrae, lo diferente, lo especial. Tengo la sensación de vivir en un universo cerrado que me aísla del exterior y de la locura del barrio donde me encuentro. Esta casa es mi desierto personal”. Y es real, no un espejismo.