
En Casa Azzurra, la piscina del patio interior puede disfrutrarse observando la tensión entre pasado y presente.
Así es la columna estructural sobre la que descansa el dormitorio de la planta de arriba.

Debido al mal estado de la casa, según el arquitecto, la esencia colonial se ha tratado de conservar tan solo en los pequeños detalles. Cosa que se hace evidente en las tallas de la carpintería y en los muros texturizados. O en el guiño que se aprecia en la ventilación de los baños. Está inspirado en las rifleras del Castillo de San Felipe, concretamente en sus pequeñas ventanas de forma cónica que servían para disparar y, al mismo tiempo, protegerse del contrincante. En Casa Azzurra destaca a su vez el muro en piedra coral que protege el fondo de la vivienda, confiriéndole intimidad y siendo, a su vez, el mayor homenaje al origen de un terreno que convive de forma activa con la vida moderna.
Ese lenguaje fluido, además, se funde de manera natural con un interiorismo a cargo de Lorena Pulecio quien, para el proyecto, se ha inspirado en la estética vernácula característica de Tulum, México. Lo único es que aquí se mezcla con piezas de origen asiático y africano. Lo explica la interiorista: “Que este diseño se viviera como un estilo contemporáneo e internacional, dentro de lo tradicional de Cartagena, fue la columna vertebral para el desarrollo del proyecto”. De acuerdo a ella, mientras la arquitectura habla de una Cartagena reinterpretada, el interiorismo de esta vivienda histórica susurra la riqueza de un mundo exótico.

La cocina de esta casa dispone de un comedor propio presidido por una enorme lámpara artesanal.
Entre los detalles que destacan en esta vivienda histórica está el salón a dos aguas con su muro original.


Las luminarias trenzadas también se encuentran en cada uno de los dormitorios.
Su entorno se vive (y se respira)
Al salir de Casa Azzurra se entiende mucho de lo que hay adentro. Hace poco menos de veinte años el barrio Getsemaní, en la periferia de la ciudad amurallada, era considerado por muchos como un espacio peligroso. Allí abundaban inquilinatos y casas abandonadas. Hoy, gracias en parte a la visión de algunos inversionistas que se adelantaron a su época, la zona ha pasado de ser sinónimo de rechazo a una de las más cotizadas. Y no solo eso. Sus calles han recuperado ahora su característica escena popular. En ellas es fácil encontrarse a vecinos sentados en mecedoras frente a sus casas, viendo pasar la gente entre estancos y tiendas de barrio.
Fachada principal de la vivienda acompañada por un poema de Andrés Molina.


La madera, el microcemento y la cerámica hecha a mano se prolongan incluso en la escalera que conduce a la azotea.

La terraza superior de esta vivienda histórica se ha concebido al estilo de un oasis en las alturas.
“Para mí, un punto clave era no perder esa conexión con el barrio”, aclara el arquitecto. Una forma de hacerlo ha sido proyectando sobre el pavimento frente a la casa un poema del artista Andrés Molina, inspirado en la cultura local. También con otro elemento que comparte la interiorista. Pulecio se refiere al mural de la niña mariposa (obra de una artista callejera de Getsemaní) que puede observarse en la fachada oriental de la casa vecina. Sus rasgos miran directamente a los inquilinos de Azzurra, constituyendo el eslabón que une el terreno donde fue construida esta histórica vivienda con la cultura que siempre la ha rodeado.

Desde la azotea, equipada con piscina, es fácil divisar el mural urbano de gran tamaño que gobierna la calle.