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Fotografía: Mónica Barreneche / El Buen Ojo
Arquitectura: Vladimir Caballero / Interiorismo: Lorena Pulecio

Con madera y diseño vernáculo, el hotel Casa Azzurra actualiza su pasado histórico en Cartagena

En uno de los barrios que más se han transformado en la ciudad colombiana, hoy se erige una casa colonial histórica de 540 m2 cuya reforma bien merece una larga visita. Su interior se plantea como un juego de volúmenes contemporáneos que convive de forma orgánica con simbologías ancestrales.

Preservar la herencia en la ciudad vieja de Cartagena de Indias, en la costa caribeña de Colombia, es un sello de identidad a la hora de restaurar las viviendas que se esconden tras las fachadas coloniales, las cuales apenas dejan entrever su interior desde los ventanales abalconados en madera. A excepción del nuevo hotel Casa Azzurra Getsemaní que, aunque su exterior no varía ni rompe con la tradición patrimonial, su interior sí que lo hace ligeramente. Al atravesar la pequeña puerta en madera de esta casa colonial histórica, lo único que queda del pasado es un gran salón a dos aguas que conserva los muros originales del cascarón de la arquitectura.

Recibidor de Casa Azzurra en el que ya puede verse parte del muro auténtico hecho en ladrillo.

En el salón, las paredes vistas se conjugan con las de microcemento de la mano de muebles, soluciones y accesorios de Daniela Bustos Maya, Decor Group, Casa Chiqui y Tucurinca.

De ahí en adelante, un juego de volúmenes, que van desde lo curvo hasta lo puramente geométrico, forman la propuesta del arquitecto Vladimir Caballero para este boutique hotel. Con un diseño limpio y minimalista, cuatro pisos en microcemento pulido en paredes y techos, o madera y mármol travertino en suelos, Caballero ha logrado un recorrido fluido entre cada espacio. Probablemente, el volumen que sobresale es el que sostiene una segunda fachada interior que alberga una de las habitaciones. De él se descuelga una columna en ruinas que se sumerge en la piscina, generando un efecto de estructuras único. “Parece que la vivienda se sostiene sobre esa ruina histórica”, narra Caballero.

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En Casa Azzurra, la piscina del patio interior puede disfrutrarse observando la tensión entre pasado y presente.

Así es la columna estructural sobre la que descansa el dormitorio de la planta de arriba.

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Debido al mal estado de la casa, según el arquitecto, la esencia colonial se ha tratado de conservar tan solo en los pequeños detalles. Cosa que se hace evidente en las tallas de la carpintería y en los muros texturizados. O en el guiño que se aprecia en la ventilación de los baños. Está inspirado en las rifleras del Castillo de San Felipe, concretamente en sus pequeñas ventanas de forma cónica que servían para disparar y, al mismo tiempo, protegerse del contrincante. En Casa Azzurra destaca a su vez el muro en piedra coral que protege el fondo de la vivienda, confiriéndole intimidad y siendo, a su vez, el mayor homenaje al origen de un terreno que convive de forma activa con la vida moderna.

Ese lenguaje fluido, además, se funde de manera natural con un interiorismo a cargo de Lorena Pulecio quien, para el proyecto, se ha inspirado en la estética vernácula característica de Tulum, México. Lo único es que aquí se mezcla con piezas de origen asiático y africano. Lo explica la interiorista: “Que este diseño se viviera como un estilo contemporáneo e internacional, dentro de lo tradicional de Cartagena, fue la columna vertebral para el desarrollo del proyecto”. De acuerdo a ella, mientras la arquitectura habla de una Cartagena reinterpretada, el interiorismo de esta vivienda histórica susurra la riqueza de un mundo exótico.

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La cocina de esta casa dispone de un comedor propio presidido por una enorme lámpara artesanal.

Entre los detalles que destacan en esta vivienda histórica está el salón a dos aguas con su muro original.

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Las luminarias trenzadas también se encuentran en cada uno de los dormitorios.

Su entorno se vive (y se respira)

Al salir de Casa Azzurra se entiende mucho de lo que hay adentro. Hace poco menos de veinte años el barrio Getsemaní, en la periferia de la ciudad amurallada, era considerado por muchos como un espacio peligroso. Allí abundaban inquilinatos y casas abandonadas. Hoy, gracias en parte a la visión de algunos inversionistas que se adelantaron a su época, la zona ha pasado de ser sinónimo de rechazo a una de las más cotizadas. Y no solo eso. Sus calles han recuperado ahora su característica escena popular. En ellas es fácil encontrarse a vecinos sentados en mecedoras frente a sus casas, viendo pasar la gente entre estancos y tiendas de barrio.

Fachada principal de la vivienda acompañada por un poema de Andrés Molina.

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La madera, el microcemento y la cerámica hecha a mano se prolongan incluso en la escalera que conduce a la azotea.

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La terraza superior de esta vivienda histórica se ha concebido al estilo de un oasis en las alturas.

“Para mí, un punto clave era no perder esa conexión con el barrio”, aclara el arquitecto. Una forma de hacerlo ha sido proyectando sobre el pavimento frente a la casa un poema del artista Andrés Molina, inspirado en la cultura local. También con otro elemento que comparte la interiorista. Pulecio se refiere al mural de la niña mariposa (obra de una artista callejera de Getsemaní) que puede observarse en la fachada oriental de la casa vecina. Sus rasgos miran directamente a los inquilinos de Azzurra, constituyendo el eslabón que une el terreno donde fue construida esta histórica vivienda con la cultura que siempre la ha rodeado.

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Desde la azotea, equipada con piscina, es fácil divisar el mural urbano de gran tamaño que gobierna la calle.